jueves, 25 de diciembre de 2008

UNA SOLA VEZ

La paradoja de la repetición está en su olvido. El hallazgo, el temor, la sorpresa, el odio, la seducción, palpitan sólo si exhalan el aroma de lo efímero; deben morir para no morir jamás. En el tránsito de lo único a lo único reiterado –su conversión en animal doméstico– suena una zarabanda letal que transcribe su partitura al pie arenoso de las olas. El lenguaje del mar, también, su caligrafía encadenada y huera, aturde y cautiva una sola vez. Su olor es el olor de la victoria que brilló un día en el campo de batalla. Volver al mar es volver al abrazo de la amante conocida y desdeñosa, como volver al devastado campo de batalla es volver, ya sin laurel, a la conciencia desnuda de lo inerte. El regreso subraya la carne de los hechos, su descomposición. Los infiernos de Orfeo o de Eneas trastabillean ante el error táctico de la reproducción.
Los filólogos, taxidermistas de la comunicación, han acuñado un término para designar, en especial dentro del ámbito de la lengua griega, aunque no exclusivamente, aquellas palabras de las que se tiene una única constancia: un hápax (o un hápax legómenon, “dicho una sola vez”) es aquel vocablo irrepetido que se encuentra en un solo texto como se encuentra un tesoro inesperado en un desván tomado por el polvo. Esas palabras, una vez halladas, no sufren riesgo de extravío. No es su sonido el de las voces más hermosas, no suelen ser sus vestiduras las más evocadoras, pero se tornan en su escasez inolvidables. En ese intercambio encapsulado entre el significado y el ojo se sella un pacto, una complicidad, que es un regalo, como regalo es el paisaje irrepetible contemplado desde la quilla de la barca de Caronte a cambio de ese óbolo –ese también único óbolo– que no retorna nunca.
Esa vez, esa vez sola que ello ocurre, que ello se nombra, es importante. Esa vez sola abate imperios y alza leyendas. Los mitos se nutren de lo que pasó tan sólo un día. Y el dolor. Con motivo de la reciente y afortunada nueva grabación del Dido y Eneas de Henry Purcell, releía aquel pasaje en que Eneas acude a despedirse de la reina de Cartago por verse obligado a partir hacia destinos más gloriosos –aquí, precisamente, la reiteración secular del “varonil” argumento convierte al supuesto héroe en un personajuelo de cartón, algo que no es culpa en absoluto de Purcell–. En esa escena (“Your counsel”) hay una inflexión, un momento fugaz de duda, en que Eneas manifiesta su cambio de parecer, su intención de permanecer junto a la amante desolada, contrariando los "deseos jupiterinos". La respuesta de Dido es digna, deslumbrante:

No, faithless man, thy course pursue;
I’m now resolv’d as well as you.
No repentance shall reclaim
The injur’d Dido’s slighted flame.
For ‘tis is enough, whate’er you now decree,
That you had once a thought of leaving me.

Porque es suficiente, no importa lo que ahora decidas, que hayas pensado abandonarme una sola vez”. Lo que sucede después es de todos conocido.

When I am laid on earth, en versión de Simone Kermes.

domingo, 7 de diciembre de 2008

MONTEVERDI FOR EVER

A pesar de que tan sólo dos lectores se han aventurado a pronunciarse, como les proponía, sobre las dos versiones del monteverdiano Lamento della Ninfa presentadas en la entrada anterior –tres, en realidad, si contamos la que aparece en el pasaje de la película Pont des Arts de Green–, daré aquí para ellos los datos de las versiones en cuestión y desvelaré la relación existente entre dos de ellas, de las que en cierto modo se puede decir que son la misma (es verdad, siempre me guardo un as en la manga).
La versión en que Sarah hace palidecer a su auditorio al completo a excepción del asesino Innombrable es obra de Claire Lefilliâtre (acompañada por Jean-François Novelli, Jan van Elsacker y Arnaud Marzoratti), miembro de Le Poème Harmonique, agrupación que ha grabado recientemente un hermoso montaje en dvd del Cadmus y Hermione de Lully.
En cuanto a las dos versiones que se presentan a continuación, la primera (“la de la vela”) es de Rinaldo Alessandrini, al frente del Concerto Italiano. La soprano es Rossana Bertini, e incluso diré que una de las voces masculinas (contratenor) pertenece a Claudio Cavina. La versión segunda está interpretada por el grupo La Venexiana, a cuya cabeza se encuentran Claudio Cavina y Rossana Bertini. No, no me he equivocado. ¿Qué significa esto?
Claudio y Rossana se dedicaban al bello mundo del madrigal amoroso bajo la dirección de Rinaldo Alessandrini cuando, de repente, descubrieron que pasar del dicho al hecho podía ser más placentero que quedarse en las notas y suspiros de Monteverdi. Para ese entonces habían grabado ya para el sello Naïve (opus 111) el Octavo Libro de Madrigales Guerreros y Amorosos de Claudio Monteverdi con el Concerto Italiano y el amigo Alessandrini (bellísimo disco, por cierto). A los pocos meses, los enamorados Claudio (Cavina) y Rossana decidieron poner pies en polvorosa y dejar colgado a Rinaldo para mejor vivir su ardor (todo esto es un decir, no me hagan caso); pero como no todo iba a ser amor, y donde no hay harina todo es mohína, pues decidieron fundar un nuevo grupo vocal y de paso hicieron polvo con ello a Alessandrini: ese grupo es La Venexiana, nutrido de la mayoría de voces del Concerto Italiano, a quienes arrastraron a la nueva formación. La Venexiana (que lógicamente en poco se diferenciaba en sus primeros tiempos del Concerto Italiano, aunque con posterioridad ha ido incorporando otras bellas voces) ha grabado para el sello Glossa la magnífica integral de libros de madrigales de Monteverdi (y asimismo la imperdible de Gesualdo, de quien se ha hablado también por estos pagos). Y es que, culebrones y cuestiones personales aparte, La Venexiana -que es lo que verdaderamente importa- constituye una referencia inexcusable en el panorama vocal de la música antigua.
Entre las dos versiones media, al menos, la evidente diferencia en el tempo. Las indicaciones de Monteverdi al respecto dejan carta blanca en la interpretación del Lamento della Ninfa; en todo caso, es posible que la versión que aquí se ha recogido de La Venexiana (hay otras en diferentes grabaciones: por ejemplo en La Venexiana Live in Corsica) resulte excesivamente lenta. La interpretación de Claire Lefilliâtre a mí me resulta decididamente hermosa y sensual, aunque la transparencia vocal de Rossana Bertini… Quid faciam?
Por último, si no quieren odiar a la Ninfa para siempre, les recomiendo que no escuchen las versiones de Montserrat Figueras (la mera mención de su nombre me estremece) ni de Natalie Dessay. Les advierto que su audición puede causar daños irreparables en el hemisferio cerebral derecho. Non mi tormenti più. Aquí les dejo el bellísimo texto del madrigal monteverdiano.

Amor, dov'è la fe'che il traditor giurò? Amor, dicea; il ciel mirando il pie fermò. Fa che ritorni il mio amor com'ei pur fu, o tu m'ancidi ch'io non mi tormenti più. Non vo' più ch'ei sospiri se non lontan da me; no, no che i suoi martiri più non dirammi affè. Perchè di lui mi truggo tutt'orgoglioso sta che sì, che sì, se'l fuggo ancor mi pregherà. Se ciglio ha più sereno colei ch'el mio non è, già non rinchiude in seno amor, sì bella fe'! Nè mai sì dolci baci da quella bocca havrà, nè più soavi -ah, taci, taci, che troppo il sa. (Miserella! ah più no, no tanto gel sofrir non può.)
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A cuidarse. Monteverdi for ever.