lunes, 30 de julio de 2007

LA GRAN VICTORIA

La Niké es mujer de carne y agua. Su piel está mojada por unánime designio del universo y de los dioses, su túnica chorrea y sus pies siguen el rastro combativo de las olas. Las victorias son así, son siempre contra el agua, el más díscolo, envolvente de los elementos. Es probable que Niké portara en su mano una corona que ha perdido, como ha perdido el brazo esbelto o la cabeza de cabellos elegantemente recogidos. Pero el paso no se pierde: cuando una mujer avanza el retroceso es impensable, a la espalda sólo hay polvo y pasillos estrechos con puertas cerradas.
La ausencia de mirada la ha hecho resistente al tiempo. Sólo mirar nos instala en la conciencia de las horas, en la perfidia de los días. Mejor es no mirar, destrozarse con fíbulas los ojos si es preciso. Caminar, en cambio, es dar a luz, es crear la vida. Igual que el agua vive, porque nunca se detiene. Por eso las huellas de Niké son huellas húmedas y mojada está su ropa: los vientos del Egeo no la afectan. El agua que le corre por las piernas es gozo, es testimonio sensual de alumbramiento, de horizonte.
Los fogonazos de las cámaras interrumpen por momentos lo eterno de su sueño. Luciérnagas fugaces en el cielo de los párpados cerrados. Qué desidia. La superestrella bosteza y sus alas se despliegan más aún; arrojan sombra sobre su propia sombra, desdibujan el curso sinuoso de su estela.
Su cabeza, en algún lugar del Ática, descansa, y sus labios de mármol sonríen: lejos quedaron Salamina, Antíoco, incluso Phitokritos de Rodas (único hombre que le llegó a poner la mano encima). Ella es la única. Ella es la Victoria.

domingo, 15 de julio de 2007

À LA GARE

Las estaciones, los aeropuertos. Lugares donde se aprende la insignificancia, donde lo efímero porta leontina, donde se gestan las grandes tragedias, donde la dicha siempre vuelve el rostro y agita la mano levemente. La estación, el aeropuerto, son la cadencia de un abrigo por la espalda, una película de tintes algo ajados. Esa hermosa fragancia del sepia.
En las puertas de las estaciones, de los aeropuertos, los besos son más besos. Debo ir a buscar un beso y una rosa a la Gare d’Austerlitz. Un avión me espera, para llevarme hasta mi historia. Ojalá ustedes me esperen también, al menos unos días. Hasta pronto.

domingo, 8 de julio de 2007

FLORES SECAS

Leo a Hermann Broch que la poesía es la única actividad humana que nos sirve para el conocimiento de la muerte. Por supuesto. Echamos palabras en nuestra gran cacerola, palabras que se hunden momentáneamente, hasta que surgen a flote de nuevo, como brujas insolentes que se resisten a su fin. Miras los poemas en la superficie. Sus estrías. Ese epitafio de ti, de tu pérdida sin número posible, de todo cuanto no quisiste o no supiste conservar. Aquel secreto que hizo mella en la cubierta apacible y serena de aquel mundo. Flores secas, los poemas. No huelen, sólo esperan. Mansa compañía. Ve por un jarrón, sin agua, y continúa escribiendo mientras, más allá de los cristales, atardece.

martes, 3 de julio de 2007

AMOR DE LABIOS ROJOS

En este año se cumple un cuarto de siglo de aquella pequeña pesadilla húmeda y viscosa que se llamó Blade Runner. La creación de Scott fue un mal sueño que, no obstante, se quedó bastante corto: los neones fantasmagóricos y asexuados, las máscaras de hombres y mujeres orientales de cuerpo innecesario, el vaho del más allá brotando de la acera, la lluvia interminable que ensucia cuanto anega. Mirar por la ventana. Imágenes de un mundo que, lejano, está a la vuelta de la esquina. Achtung, baby. De Blade Runner nos quedó en la retina el miedo al tal vez, la incertidumbre, que naturalmente es el peor de los miedos conocidos.
Pero Scott nos regaló también el indescriptible sabor de una historia de amor en que todo es al revés, como sólo en una auténtica historia de amor puede ocurrir. El hombre, que por humano es más inteligente, y por tanto más débil, sucumbe ante la perfección plastificada de la nívea replicante. Se invierten los papeles: el hombre no domina, pues, la situación, sino que es dominado por los labios rojos impecables, eternos, de la bella. En la versión del director -la versión que no se difundió en las salas- la replicante se humaniza y siente, y el amor pasa del deseo intacto a la mutua vibración; por eso me gusta menos: porque no me la creo. Pero qué maravillosos labios rojos.