viernes, 14 de mayo de 2010

VELADA POPEA

La Coronación de Popea es la tercera y última ópera conservada de Claudio Monteverdi, estrenada en Venecia cuando el compositor tenía ya setenta y cinco años, sobre un espléndido libreto del patricio veneciano Giovanni Francesco Busenello, miembro de la aristocrática y un tanto heterodoxa Accademia degli Incogniti. La ópera plantea un misterio en cuanto a su autoría: como tal, parece que debe atribuirse a Claudio Monteverdi, pero se especula con la posibilidad de que el compositor la dejara inconclusa. En apoyo de esta suposición vendría la existencia de dos versiones diferentes de la obra: la tradicional veneciana y una versión posterior, napolitana, más larga y que ha dado pie a la idea de que compositores como Ferrari o Cavalli intervinieron en su composición. El libreto de Giovanni Francesco Busenello está basado en los Anales de Tácito (libros 13 a 16), Los doce Césares de Suetonio (libro 6) y la Historia Romana de Dión Casio (libros 61 y 62).
Frente a los temas mitológicos y elegíacos que hasta ese momento habían predominado, La Coronación de Popea supone la incorporación de una novedad: la temática histórica. Pero, bien lejos de constituir lo que luego en el cine hemos conocido como género de peplum, con esas reconstrucciones de la Antigüedad increíbles y llenas de anacronismos (relojes digitales, sujetadores cruzado-mágico…), Busenello, que no en vano era un magnífico escritor y poeta, supo atisbar y presentar con habilidad y acierto lo que podía cocerse en la íntima trastienda de la fastuosa historia romana. Como bien sabemos todos, airear intimidades no es precisamente ejercicio de buen gusto. Sin embargo, la gran aportación de Busenello, y con él de Monteverdi, fue precisamente esta: que la ópera se convirtió en un lugar en que el impulso pasional podía exhibirse en todo su exceso e impudicia bajo el manto protector de la belleza, del arte.
Además de este elemento fundamental, hay otro: La Coronación de Popea es la primera ópera de la historia de la música en que la protagonista real es una mujer. Su propio título lo sugiere, no porque mencione a Popea, sino precisamente por incluir el término “coronación”. Monteverdi ya en su Orfeo había traído a colación la personalidad etérea y exquisita de Eurídice, una mujer absolutamente adorable. Sin embargo, la aparición de Eurídice en tal obra es muy limitada; el auténtico protagonista es Orfeo, y Eurídice una mera excusa argumental. Popea, en cambio, no es referencia sino el centro de la trama, la trama misma.
Pero aún hay más… Y es que, si por un casual nos sorprendía pensar en el siglo XVII en una mujer protagonista de su propia historia, más sorprende, sin duda, que la celebración de Popea sea la celebración de una hedonista hermosa, libertina y ambiciosa. En el prólogo de la propia ópera se desarrolla un duelo verbal entre la Fortuna y la Virtud; Amor zanja esa dialéctica predicando su victoria sobre ambas. Por tanto, ya desde aquí intuimos que La Coronación de Popea no constituye la magnificación de un personaje precisamente honesto. La Coronación ensalza el triunfo del Amor, sí, pero también el del engaño y hasta el vicio. La ópera de Monteverdi, pues, es real como la vida misma: frente al adagio cinematográfico de que “el criminal nunca gana”, Busenello se monta un happy end con un emperador sin escrúpulos dominado por sus bajas pasiones y una mujer artera que se vale de su encanto físico para obtener el poder (cosa distinta es que Nerón acabara años más tarde a patadas con la vida de la emperatriz).
Pero… ¿quién es Popea? En sus Anales, el sombrío historiador Tácito nos habla de Popea: “Residía en la ciudad de Roma una tal Sabina Popea. Esta mujer poseía todas las virtudes salvo un alma honesta. Afectaba recato, pero era de costumbres lascivas; rara vez aparecía en público, y siempre con el rostro parcialmente velado, para no satisfacer las miradas o porque le convenía”. (An., XIII, 45)
No deja de ser interesante, dejando la misoginia a un lado, la astuta mención al velo. En el retrato que de Popea traza el desconocido de la Escuela de Fontainebleau, es tan protagonista el inteligente rostro de la dama como el velo que sin cubrirla la cubre. La tela, y la ropa que se confecciona con ella, constituye –ya lo dijo Roland Barthes– una lengua en estado puro. Tan puro que precisa ser descodificada, descifrada. El varón no renunciará a proponer semánticas múltiples para este particular lenguaje, pero todas ellas pasan forzosamente por el territorio de la moral. En unos casos, el vestido otorga cierta espiritualidad a la impura entidad femenina: si el hombre es virtuoso en sí, la mujer ha de adquirir la virtud a través de la ropa; por ello mismo afirmó Tucídides que el nombre y el cuerpo de la mujer debían permanecer cubiertos. No debemos olvidar que con idéntico significado operaba la ceremonia nupcial de la anakálypsis, por la que la novia era descubierta por el novio del velo que hasta ese momento, simbólicamente, había ocultado su pureza (ritual éste, por cierto, que sigue conservándose hoy día en los enlaces religiosos). Ahora bien, el velo no sólo cumple esta benéfica misión. Así, sin duda, debió de entreverlo Hesíodo cuando nos describe los atributos de Pandora: su bello vestido blanco, confeccionado por Atenea, su velo nupcial, son en realidad engaños, artificios para llevar a la perdición al hombre incauto. De ahí en adelante, la mujer pasará a emplear las telas como arma, de maligna seducción según la concepción masculina, de mera defensa según la visión femenina.
Del empleo del velo por la fémina se deduce otra singularidad: la oscuridad, la sombra, la noche. Para el clarividente pintor de Fontainebleau, el velo de Popea es translúcido, deja al descubierto el resplandor que alienta en el interior de la dama. Pero en el libreto de Busenello, Popea permanece en la sombra, en una sombra de la que sólo la liberará Nerón al desposarla, al retirarle el velo. Cuando comienza la ópera, tras el prólogo, Nerón y Popea se aman en la noche. Poco después Popea declarará: “Ay, lo sé muy bien, mi sol está aquí, en el interior”. Al fin, en el bello, sensualísimo y apoteósico dúo de cierre, Nerón al coronar a Popea la contagia de su propio brillo, la extrae de la noche velada en la que vive y le dice: “Para concederte la divinidad, Júpiter alojó en tu rostro las estrellas y la inteligencia”. Nerón y Popea se aman ya a plena luz. No hay el menor resquicio para la sombra. Pero no olvidemos que la sombra existe.