domingo, 28 de septiembre de 2008

UT PICTURA POESIS

Vuelvo a ver El Contrato del Dibujante, una de esas piruetas cinematográficas de Peter Greenaway por las que no ha pasado el tiempo, a pesar de contar con un cuarto de siglo a sus espaldas. Tal vez el secreto de su supervivencia radique en la esencia dramática de la película, exagerada y deliciosamente dialógica, con un vestuario hiperbólico y elocuente hasta el delirio. El Contrato del Dibujante sólo apela a los artificios cinematográficos en pos de la belleza, del horizonte impoluto hacia el que miran los personajes, buscándose desde la hojarasca sonora de la incertidumbre; todo lo demás, como la vida, es puro teatro.
En El Contrato, Greenaway, partiendo de un presupuesto horaciano –desarrollado en su célebre Epistula ad Pisones–, plantea la dualidad entre la percepción de la realidad en sí misma, despojada de cualquier contaminación externa o íntima, frente a la percepción en la que participa el conocimiento, que por fuerza se puebla de sombras acechantes. Quedarse en la mera superficie es placentero y rutinario como un atardecer, como el tintineo de las botellas en la cesta del repartidor cotidiano de la leche: el repartidor y el sol viven su tragedia en la indiferencia callada y liviana del mundo. Por el contrario, mirar con los ojos del conocimiento significa situarse en el camino engañoso de Tebas, someterse al dictado venenoso de una esfinge y –como bien sugiere Platón– adoptar la implantada visión de la memoria: sus lentes ahumados que enfocan por igual las victorias y la muerte.
El afamado dibujante Mr. Neville recibe el encargo sinuoso, por parte de la esposa y la hija de Mr. Herbert, de realizar una docena de dibujos de la mansión señorial a modo de regalo para el hacendado ausente. Mr. Herbert jamás llega a disfrutar del presente, porque muere asesinado en el camino de regreso. Neville, que peca por igual de jactancia y de ambición –es un personaje adicto a la hybris más tópicamente clásica– presume de ser capaz de plasmar la realidad absoluta en sus dibujos sin necesidad de apelar al conocimiento. Para ello dispone una inmovilidad petrificada en los doce escenarios elegidos para el retrato: no debe haber presencia humana ni vestigio alguno de ella ni alteración de ninguno de los elementos de la escena. Se inicia el cumplimiento del contrato, que acaba por resultar leonino. En los días siguientes, cuando Neville pretende rematar sus retratos, todo ha mutado sutilmente: un balcón está abierto donde se hallaba cerrado, una escalera surge donde antes no estaba, una camisa sustituye a una sábana secada al sol, objetos femeninos aparecen languideciendo entre los setos. La cuadrícula implacable de Neville amenaza con desmoronarse. Y el dibujante acepta el tour de force: recoge los cambios díscolos en sus dibujos, rompiendo su propia norma inamovible. Neville ignora que en el camino trazado entre realidad y conocimiento se cruza un puente que se quema. Neville no se percata de que asiste descubierto a un baile de máscaras en el que todos portan, salvo él, daga y antifaz.
Ut pictura poesis, decía el venusino. La poesía es también una fiesta de disfraces, de personajes que se emboscan en los recodos de una cuadrícula versal para saltar sobre el poeta. En el acto ingenuo que desafía a la inercia, en la ruptura de la cubierta apacible de los días, late algo que se aproxima a la verdad. En todo ballo in maschera hay un traidor minúsculo dispuesto a cercenar el espejismo del gran salón engalanado. Ese traidor es dibujante o poeta.
Cuando Neville, al fin, advierte el defecto enorme de su arte, sus conspiradores le abrasan los ojos con el fuego de una antorcha: guiño a la paradoja edípica de la luz que canta su albada en lo oscuro, como una dama amante y al mismo tiempo solitaria. Neville podría entonces, sólo entonces, trazar su dibujo más perfecto o escribir incluso un buen poema. Pero entonces, también entonces, lo matan. La ceguera es la premisa del poeta que verdaderamente quiere serlo; así ha sido siempre desde Homero. El arte encuentra su razón más honda en la tiniebla: lo que es no está a la vista. Y exponerlo a la luz tiene su riesgo.

viernes, 19 de septiembre de 2008

LA MANZANA...


... O EL PECADO

Como se ve, es una mera cuestión de alejamiento y perspectiva.

LOS TRABAJOS...


... Y LAS NOCHES


Recital en el Instituto Cervantes de Londres y fiesta posterior. Aunque no lo parezca, se les echó de menos...