domingo, 30 de noviembre de 2008

NÈ MAI SÌ DOLCI BACI

Reviso fotografías, organizo recuerdos, desecho vivencias, ensalzo momentos. En este paisaje fui feliz, la lluvia bebía mis pasos con imprecisa ternura en aquel anochecer. Y aquella vista, su imagen redentora capturada con el último, lánguido pestañeo de la luz, junto al Sacré Coeur. Y la bajada y Montmartre y el restaurante con su pérgola y su aroma escondido entre las calles. Y al día siguiente el Pont des Arts, la cita inesperada con la Maga –que no acude, por supuesto– sin papel rayado ni dentífrico ordenado… y un Innombrable. Siempre lo hay, en todo tiempo y lugar.
También lo hay en este otro Pont des Arts, el de Eugène Green. París es la ciudad del abandono, es un pañuelo que se agita en el aire silabeando el adiós entre sus comisuras de algodón. En París el Innombrable se encarga de concertar los desencuentros a la sombra implacable de la música barroca. En todo desamor respira la banda sonora del desastre, su belleza forense y vigilante. Puede ocurrir que todo empiece y termine en Monteverdi. Yo una vez lo supe, como Sarah.



Ese inmenso madrigal es una flor prendida en la solapa perpetua del deseo, es la música que suena cuando una mujer vuelve a casa cada noche tras pasar horas en la mesa oscura de un café, mientras aguarda la epifanía que cambie el curso de sus astros, su deambular silencioso y agostado. Si el hombre apareciera por la puerta del café quedaría sin lágrimas la Ninfa en su lamento, la nieve parisina borraría las huellas del regreso desolado por el puente de metal… En Comme une image, de Agnès Jaoui, la ninfa Lolita que interpreta obsesivamente la plegaria de Monteverdi ante la indiferencia de su padre sólo escapa al desamor subiéndose a un lied de Schubert, como quien se sube a un tren en marcha. Lolita desconoce que se puede escapar del desamor pero no del melancólico veneno del genio de Cremona.
Hoy, 29 de noviembre, se cumplen 365 años de la muerte de Claudio Monteverdi. Esa delicada joya que es el Lamento della Ninfa a cuatro voces, y que forma parte de su Octavo Libro de Madrigales (Guerreros y Amorosos), un lamento que debía interpretarse "al ritmo del corazón, no al de las manos", vio la luz hace exactamente 370 años, cinco antes de la muerte del compositor. La fotografía que ilustra esta entrada la tomé furtivamente –está rigurosamente prohibido hacerlo– en su sepulcro de Venecia, en la octava capilla de la Iglesia de Santa Maria dei Frari. Para homenajear al Maestro en su aniversario les propongo que elijan entre estas dos versiones, bien distintas, o incluso entre estas dos y la que presenta Green en su Pont des Arts. Esta vez no hay trucos: sólo placer.




jueves, 20 de noviembre de 2008

CANCIÓN DE LLUVIA

Aprovecho la canción incesante de estas lluvias para desaparecer por unos días. En el agua se acoge siempre la semilla de una fuga. Les espero al otro lado del espejo. Hasta la vuelta.

martes, 11 de noviembre de 2008

NACIÓ...

... de nuevo este proyecto personal que cada vez es de más gente, y en el que he depositado altas dosis de cariño y emoción. Espero que no resulte cursi: es lo que hay.
Ahí dejo un par de imágenes de la presentación. En la primera, de izquierda a derecha, Jesús Cabezón (colaborador de la revista), Íñigo de la Serna (Alcalde de Santander), servidora (que se decía en tiempos pretéritos), Jesús Alberto Pérez Castaños (artista, ilustrador de la revista), César Torrellas (Concejal de Cultura) y Samuel Ruiz (primer teniente de Alcalde).
Los contenidos de la revista podrán verse aquí en cuanto tenga tiempo de actualizarlos... (indulgencia).


martes, 4 de noviembre de 2008

AND THE WINNER IS...

Llegó al fin la hora de desvelar los detalles sugeridos en el último post, una vez que hemos podido constatar que la gran ganadora de la propuesta ha sido la segunda versión. No obstante, la más famosa aria de La Flauta Mágica del salzburgués genial es precisamente la especialidad de ambas cantantes, por cuya interpretación las dos se han hecho justamente célebres.
En el primer caso, estamos ante una apabullante interpretación de la soprano alemana Diana Damrau. Interpretación apabullante –creo que queda a la vista sobradamente– en lo vocal y en lo dramático. Existe en YouTube otra versión de Damrau vocalmente mejor incluso que la que hemos visto, pero la toma de imagen de esta última era superior, y de ahí la elección. Aunque son muchas las cantantes que se han acercado a esta aria, y no con malos resultados, es obvio que el papel precisa no solamente de una voz de agilísimo cristal (el paradigma de Lucia Popp, que parece que está cantando como los ángeles en una adorable fiesta de cumpleaños), sino también de un temperamento que nos haga recordar ante quién nos encontramos. Algo que, por mi parte, sólo he encontrado en otra gran Reina de la Noche: Edda Moser. Hacer seis fas sobreagudos en staccato y no echarse a reír sino a temblar requiere de un tesón especial, y Damrau lo tiene. Vaya si lo tiene. Hay que ser soprano dramática de coloratura… y además de armas tomar.
En cuanto a nuestra segunda protagonista, se trata de la irrepetible Florence Foster Jenkins (1868-1944), acomodada dama norteamericana que dedicó una parte importante de su vida a los estudios musicales y en particular al canto, ya desde la niñez, aunque se desconozca el nombre y paradero de su maestra. Experta en el staccato matrimonial y sus coloraturas, se las arregló para que su santo marido contribuyera con su hacienda y propiedades al mantenimiento de sus extravagantes aficiones, a pesar de que éste intentó disuadirla repetidamente de cantar en público (desconocemos si se lo consentía en privado). Cuando murieron el padre primero y más tarde la madre de Florence, que eran los principales oponentes a su actividad faríngea, la hija –que contaba ya sesenta años, y que, como es natural, ya se había separado de su marido– se entregó por entero a su gran pasión, ofreciendo recitales con una cierta regularidad. Desoyendo las apreciaciones sarcásticas de los críticos, igual que había desoído previamente las de todos sus familiares más próximos, Florence continuó deleitando con su arte a un número de seguidores creciente. Su noche de gala, y también la de su despedida definitiva, tuvo lugar ¡¡en el Carnegie Hall!! el 25 de octubre de 1944. Justamente un mes después exhalaba su último suspiro, probablemente en paz, por haber hecho realidad la única frase suya que ha llegado hasta nosotros: “La gente puede decir que no sé cantar, pero nadie podrá jamás decir que no canté”. Pues es verdad. Florence Foster Jenkins había colgado el cartel de “no hay billetes” varias semanas antes de la celebración de su recital en el auditorio neoyorkino. Cantó y se la escuchó. Y aún seguimos haciéndolo.
Aquí, un regalo para la curiosidad de Bardamu: en su comentario, se preguntaba cómo sonarían ambas versiones a la vez. Vean, escuchen y degusten: