miércoles, 28 de enero de 2009

GRAFFITI

Aquel hombre que apoyaba hace milenios sus manos en la piedra, que dejaba en lo rugoso el contorno de sus dedos y sus palmas con pigmentos carmesí, fue el primero de los poetas. Creyó por mucho tiempo que la bóveda de su caverna era la bóveda celeste, y que las figuras caprichosas que el agua adoptaba al morir en el aire eran estrellas, y que el sol era la grieta lejana por la que manaban la luz mansa que respiraba en su cerebro y las palabras que a oscuras escuchaba. Una suerte de amor circulaba en aquel cielo, otorgaba un curso venerable a aquel sole e l’altre stelle. En la noche, aunque en aquella concavidad de la tierra no hubiera apenas otra cosa que la noche, el hombre encendía una hoguera para diferenciar aquel tramo de tiempo del resplandor del día que jamás llegó a atisbar, y escribía entonces sus poemas, testimonios de su mundo reducido. Le gustaba ver palabras proyectadas por el fuego contra las paredes de la cueva, como el espectador de una revelación inusitada, como asistente admirado ante un mensaje sobrenatural, semejante al enigma de aquel dios del que había oído lejanamente hablar, aquel dios que escribiendo meros trazos en un muro había doblegado el gran poder de un reino infiel. El hombre abrigaba la esperanza, o algo que quizá se parecía y para lo que aún no existía término, de que aquellos fotogramas alumbrados tenían vida más allá de la pared donde las llamas los fijaban, de que aquellos versos no eran tan sólo espejismos o discurso breve de cenizas, así que con afán persistía en su parto de cadáveres, noche tras noche –que era como decir a todas horas–, ataviándolos con entusiasmo para su fúnebre cortejo, para su danza de la muerte en un tablero en blanco y negro; un tablero como una broma, como una abrupta carcajada de los dioses, como un simulacro de sombras condenadas a un jaque sin sentido, porque hasta para perder se necesita carne de verdad y una herida dolorosa por la que poder llorar.
Un día algo ocurrió. Sin saber cómo, el poeta tuvo constancia de su prisión, de su autoengaño, de su escritura apasionadamente inútil. La existencia encadenada y ficticia se le antojó un designio insoportable y cruel. Su encarnizado esfuerzo por salir, por saber, por sentir la caricia destructora del sol que habitaba más allá de la caverna, la sangre de sus venas seccionadas por el ansia y la locura, sus manos restregándose anhelantes en la bóveda: ese fue su último poema, escapado del antro de tinieblas. Un poema que, como la escritura lineal A, los expertos no han logrado aún descifrar.

martes, 13 de enero de 2009

O RUDDIER THAN THE CHERRY

Obligaciones que no se pueden soslayar me obligan a ausentarme de esta casa durante aproximadamente un mes. En esta ocasión, pues, les dejaré solos más tiempo del acostumbrado. Ya saben que pueden merodear por los aposentos a su antojo, mover los muebles, servirse té y naranjas, trepar hasta el desván y despertar a las arañas o aguardar desde los miradores al sol que desnuda el horizonte.
De todos modos, para no dejarles absolutamente abandonados, y aprovechándome de que este año tocará acordarse del Sajón (se cumple el 250 aniversario del fallecimiento del Maestro), les voy a regalar un aria, para que escuchen mientras espero que me esperen. Pertenece al II Acto de la ópera –o entretenimiento pastoril, según algunos la han calificado– Acis y Galatea, cuyo libreto (de Alexander Pope, John Hughes y John Gay, ahí es nada) bebe de la traducción que realizó John Dryden –ahí es nada, de nuevo– de Las metamorfosis de Ovidio. Sé que no es esta la más lograda de las óperas de Händel, sé que hay arias más electrizantes y emotivas en el repertorio del Maestro. Pero esta canción de Polifemo, ay esta canción de Polifemo… de interpretación terrible y cómica a la vez… es que me encanta. Hasta el regreso.

O ruddier than the cherry!
O sweeter than the berry!
O nymph more bright
Than moonshine night,
Like kidlings blithe and merry!
Ripe as the melting cluster!
No lily has such lustre;
Yet hard to tame
As raging flame,
And fierce as storms that bluster!

¡Oh, más roja que la cereza,
oh, más dulce que la mora,
oh ninfa, más brillante
que la noche iluminada por la luna,
alegre y feliz como los cabritillos!
¡Madura como el racimo tierno!
Lirio alguno tiene un lustre semejante.
¡Pero ella es más difícil de domar
que la enojada llama,
y fiera como tormenta desatada!


martes, 6 de enero de 2009

AMOR CORTÉS

La pareja de Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí siempre ha sido contemplada por los investigadores con numerosas reticencias, que afectan a lo estrictamente privado de su vida matrimonial pero también a lo profesional, en concreto a la autoría de poemas o traducciones y asimismo a las relaciones entre ellos en este delicado ámbito. En estos días releía una preciosa edición de la correspondencia entre Juan Ramón y Zenobia que editó Manuel Arce en los años 80 en su Colección de Libros de La Isla de los Ratones, con prólogo del refinado crítico literario Ricardo Gullón. Le tengo particular afecto a ese volumen, más allá de su propio valor como epistolario, y como epistolario ya prácticamente inencontrable, porque fue un regalo personal de Manuel Arce.
Las cartas entre los dos novios pecan de una inocencia tan extrema como enternecedora, y se hallan bien surtidas de pequeños enojos y susceptibilidades (en especial por parte de Juan Ramón). También dan testimonio de una Zenobia esquiva en los comienzos, aunque caudalosa en su escritura epistolar, y de una apremiante y pragmática preocupación por la subsistencia económica. En todo caso, no deja de sorprender el tono discursivo de la pareja, con más peso testimonial que literario, pues tratándose de cartas de dos personas tan ligadas al ejercicio de la escritura, cabría esperar una mayor riqueza y densidad estilísticas. La lengua del amor desborda cualquier propósito de medición...
Zenobia murió en 28 de octubre de 1956, a los tres días de serle concedido el Nobel al poeta. Parece que Juan Ramón quedó sumido en una fuerte depresión, y que uno de sus refugios emocionales era la relectura de la copiosa correspondencia mantenida con su novia y esposa, aunque a veces esta actividad le alteraba de tal modo que los médicos le disuadían de llevarla a cabo. No es de extrañar: según se desprende de los propios Diarios de Zenobia, recientemente publicados, el difícil y obsesivo poeta de Moguer dependía casi absolutamente de ella en todo –en todo lo ajeno a su obra, por supuesto, que es como decir en prácticamente todo–. Juan Ramón Jiménez murió un año y medio más tarde, de una bronconeumonía, en el mismo hospital en que había fallecido su esposa.
Ambos trazaron recíprocamente una visión íntima del otro, más sintética en el caso de Juan Ramón. Estos peculiares "retratos" se encontraron entre la documentación que del poeta se guardaba en la Universidad de Puerto Rico. Sus prosaicos testimonios son más elocuentes de lo que a simple vista pudiera parecer…

Zenobia vista por Juan Ramón (manuscrito por Zenobia y firmado por Juan Ramón)
Zenobia: eres graciosa, intensa, encantadora; fina de cuerpo y alma; amas lo humano y percibes lo divino; sientes la naturaleza, la música, la pintura, la poesía, la filosofía, la historia, todas las artes y todas las ciencias. Eres buena compañera de hogar, de viaje y de trabajo. Siempre estás dispuesta a trabajar o a gozar. No eres interesada. Eres cumplidora, digna y generosa. No pides nada a nadie. Das todo. Te acomodas a todas las circunstancias y las resuelves alegremente. Ríes siempre, a veces por no llorar.

Juan Ramón visto por Zenobia (manuscrito por Zenobia, incompleto)
Juan Ramón, cuando está cerca, es todo ojos. Lo demás es un contorno armonioso que los acompaña, excepto la sonrisa, que casi puede igualarse con los ojos.
El mejor momento de Juan Ramón y el más largo de su vida es cuando está trabajando en su obra, completamente olvidado de sí mismo. Nunca es más feliz que cuando está escribiendo, corrigiendo, perfeccionando… Después de un gran día de trabajo, cuando se permite algún recreo, dice con satisfacción que ha podido gozar plenamente en el ocio porque ha cumplido bien con su trabajo antes.
Su carácter es del todo diferente en sus temporadas fecundas de lo que es en las áridas. No tiene términos medios, o está muy bien o está muy mal.
La única dolencia real física que le conozco la lleva con una extrema paciencia aún cuando en las etapas exacerbadas le produzca desaliento.
Sus defectos principales son el no aceptar casi nunca la responsabilidad de su culpa, por muy insignificante que sea, y la suspicacia para dolerse de cosas insignificantes. Además es muy egoísta, pero a medida que pasan los años, en este defecto que tanto lo dominó en su juventud, ha hecho un gran progreso: se esfuerza por recapacitar cuando se le advierte y procura y logra grandes mejoras. En esto verdaderamente ha ahondado mucho, sobre todo en las temporadas en que su vida es serena y tiene tiempo de pensar. En temporadas nerviosas no hace el menor esfuerzo por dominarse y llega a una crueldad increíble en el egoísmo cuando se trata de la manía especial en boga en el momento.
Al lado de esto es también de una generosidad emocionante en que todo lo quiere dar y en que le da una gran alegría el proporcionarle una satisfacción o gusto a cualquiera, aun cuando se trate de un desconocido...

jueves, 1 de enero de 2009

UNO DE ENERO

Para Rubén, Cristian, Antonio, Pablo, Elvira, Morgenrot, José Antonio y todos los que cuentan con habitación en esta casa.

Recuerdo que hace un año y un día, en 31 de diciembre, instaba a los lectores de esta bitácora al cambio, tras una tarde cinematográfica de melancolía y ensueño. Esta vez me encuentro ya en día 1, con una criatura entre las manos que se despereza con absoluta parsimonia. El Año Nuevo es un pequeño sol que quema sin saberlo, una esperanza de ser ajena a su propio nacimiento, también a su crecimiento y a su inevitable y pagana desaparición.
El 1 en cualquier calendario conocido es en definitiva una bisagra. Su propia forma lo delata y los romanos lo sabían muy bien, pues el 1 era el día de las puertas, del final y del comienzo, el día de Jano (Ianuarius > January o Enero) que regía el inicio y la clausura de la paz y de la guerra, el día del dios bifronte que miraba altivo hacia delante sin desechar la memoria humilde del pasado.
Si miro entonces hacia atrás encuentro episodios formidables, algunos de ellos no del todo indiferentes a las estancias de esta casa. Recuerdo la llegada de una pequeña con los ojos temerosos de la luz, que en este mismo día será el despierto pestañeo de su padre Rubén. Al otro lado del mar y prácticamente al mismo tiempo vivía Cristian idéntica ventura en otros ojos. Que sean dichosas Natalia y Valentina.
Otros hijos adquieren otras formas. Antonio y su grupo, Cinco Siglos, ha alumbrado una preciosa grabación de delicias barrocas entre la música y la literatura, entre Góngora y Goya, entre la tarantela y la seguidilla, que destila disfrute puro, además de constituir un necesario rescate de nuestro acervo musical menos conocido (a veces conocido pero mal tratado) y más sabroso. Antonio y su grupo empiezan a malacostumbrarnos a grabar discos con mimo, exquisitamente documentados –las notas de Antonio son de quitarse el sombrero– y con repertorios “muy nuestros” en el sentido menos palurdo de la expresión, extraordinariamente amenos y fresquísimos. Porque hay vida musical en España más allá e incluso más acá de Falla, aunque muchos no lo sepan.
.
Otro acontecimiento es la resurrección cual ave fénix de la bitácora de Pablo J. Vayón, de quien lloramos con sinceridad en su tiempo el cese de El Festín de la Araña. De aquellas cenizas ha renacido en 2008 El Martillo sin Dueño, uno de los espacios de música más documentados y elegantes que se puede visitar en la blogosfera.
Y cómo olvidar las bitácoras de Elvira Coderch, Morgenrot y José Antonio Gómez, que Jano vio aparecer en 2008 como espacios cálidos que siempre acogen con ternura al visitante. De los partos propios no hablaré, que ya lo hice en su día y no es cuestión de repetirse en 2009 sin méritos renovados... En eso precisamente estamos.
A todos ellos, y a todos los que cada día pasan por aquí, por tanta luz, por tanto nacimiento, por tanta generosidad “sin ánimo de lucro”, les dejo la banda sonora de un espectacular alumbramiento: el de Polymnía, la personificada poesía, centro y origen de cuanto late iluminándonos el mundo, vista por Rameau en una partitura inolvidable. Felicidad… y miremos ya hacia lo que empieza. Audaces Fortuna iuvat.