martes, 29 de mayo de 2007

DESPERDICIOS

Hace sólo algunas horas leía en la bitácora de elperdedor un texto sobre la desaparición, sobre la imperiosa necesidad de la muerte, que comienza por uno mismo para proyectarse en los demás (sentimiento tan indispensable como legítimo, quién lo duda). Elperdedor traía esto a colación de una carta abierta de Ray Loriga (La bondad del asesino), en que éste comienza postulando la muerte de la ficción y continúa embrollándose con el asunto de los muertos y las muertas –lo estimulante de olfatear la muerte en derredor y así sentirnos superiores, más y mejor supervivientes que el moribundo de al lado–, para acabar admitiendo el óbito en exclusiva de sus ficciones propias. Ahí queríamos llegar. A mí el texto de Loriga me ha encantado porque su espíritu, sobre todo cuando dice aquello de “tal vez algún día esta larga lista de derrotas me sirva para alzarme con una merecida victoria”, me ha tocado el corazón del blog. Razones obvias.
Pero además Loriga intuye, aun sin apenas darse cuenta, el problema fundamental en cualquier muerte relevante: el problema de las palabras, absolutamente chivatas en lo que a descomposiciones se refiere. A él mismo le bailan las palabras ‘word’ y ‘world’ (espeluznante confusión) en la memoria, y eso es síntoma de que los textos en el congelador le huelen a podrido. Y la farmacia, cerrada.
El horror ante las circunvoluciones de las palabras propias es afección sobradamente documentada entre literatos y perturbados varios. El tratamiento más intensivo lo ha patentado por el momento el Dr. Vila-Matas (interesados y/o casos perdidos: segunda puerta al fondo a la derecha). Peor es el asunto cuando la paranoia alude a las palabras de los otros. Mientras Satie le daba a la tecla incesante con las Gymnopédies, recibía correspondencia que por pánico jamás abrió; a su muerte se encontraron centenares de cartas intactas en su desván.
La preocupación por el lenguaje no debería resultar extraña –en todo caso, sólo alarmante– cuando en nuestra casa hay cambios; es natural que en el oxímoron que es la vivencia de la moribundia sobrevenga un desajuste entre el entorno y su traducción lingüística. Elperdedor mencionaba a Hofmannsthal en paralelo con Loriga, pero el caso de Hofmannsthal es notablemente más grave. Al austriaco se le moría Occidente. Casi nada. Hofmannsthal, como denodado Sísifo, levantaba el pedrusco del acervo secular por una montaña lingüísticamente empedrada, y el pedrusco se le volvía a caer ladera abajo, arrollando todo esfuerzo literario habido y por haber. A Hofmannsthal le consume la percepción de la destruida tradición espiritual de Europa; más aún, le consume la percepción del vacío que había dejado ya esa tradición: algo que poco más tarde atormentaba también a Hermann Broch. Del desagüe estancado de Szentkuthy ya se ha hablado aquí.
Siempre me ha parecido que a Europa le encanta mirarse el ombligo putrefacto. Pero todo comenzó en la lengua: a Hofmannsthal se le deshacían “las palabras en la boca como hongos podridos” (Carta de Lord Chandos). En Momentos de Grecia la cosa se pone todavía más fea: “Quería escapar de mí y me perseguía a mí mismo; lo que leía, de renglón en renglón, eran signos y signos como las ruinas que tenía alrededor. [...] Una ironía demoniaca late alrededor de estas ruinas que aún en su descomposición retienen su secreto. Lo que queda es el sabor de la mentira en la lengua”. Está claro que la gangrena avanza, y rápido. ¿Alguna sugerencia?

domingo, 27 de mayo de 2007

EL RÍO DE OCCIDENTE

Hace no demasiados días regalé este libro a un buen amigo, novelista por más señas, y no negaré que me resultó agradable hallarme en posesión de la capacidad de sorprenderle: él no sólo no había leído el libro, sino que desconocía por completo al autor. Que yo recuerde, Javier Marías menciona un Szentkuthy en uno de sus relatos de los años 90 (En el tiempo indeciso), pero ahí se trata de un futbolista del Real Madrid que muere asesinado por su novia en una infrahistoria bastante trivial. Inexplicablemente, mi amigo no recordaba el nombre ni siquiera por Marías, a pesar de ser buen seguidor de la cosa futbolera. En cambio, después de la lectura de Renacimiento Negro, hizo un análisis fino en su bitácora ("Un tipo raro") y propuso algo muy atinado: la comparación de la prosa del autor húngaro con los recovecos estilísticos (o no tan sólo) de Maurits Cornelis Escher. El apunte me pareció de lo más relevante, porque si yo misma tuviera que poner imagen a las palabras de Szentkuthy, pensaría sin dudar en una de esas construcciones que no son sino laberintos del alma, o bien en alguna de esas evoluciones en grises y negros que se mueven en un espacio sin tiempo (¿o es al revés?), deparando caos, asombro, vértigo y, sin embargo, al final de todo el recorrido, una certeza imbatible, una verdad como la tierra: igual que en Escher, todo es posible si se mira con cuidado a uno y otro lado; todo reposa en nuestras manos, en el blanco de los ojos; la línea recta no es más que una ficción, exceptuando el horizonte; los siglos son un burdo invento de los hombres para desmenuzar la realidad, que es una.
La conciencia de Europa en Szentkuthy es, como en todos los escritores húngaros que hasta ahora conocemos, conciencia del adiós. Pero Szentkuthy, a diferencia de los otros, es descomunal. No sólo por medir casi dos metros, no sólo por su inmensa biblioteca, no sólo por su literatura espectacular, barrocamente inacabable, irreverentemente lúcida. Szentkuthy es enorme por ser todas las voces de Occidente. Szentkuthy es un gran río, el río díscolo de Heráclito estancado de repente: Szentkuthy-río-don-de-Europa.
Si quieren saber lo que es -lo que fue- Europa, olviden las cinco atildadas razones del remilgado Steiner. Escuchen una buena versión (Brüggen, Herreweghe) del Adagio de la Gran Partita del amigo Mozart -no sé por qué, siempre he pensado que es la música que más perfectamente despide a un mundo que se acaba- y empápense bien empapados en las páginas de Miklós Szentkuthy. Mójense y agiten un pañuelo blanco: con estilo, por supuesto.
Magnífica edición y traducción la de Siruela, todo hay que decirlo. Sólo le falta un Escher en portada.

jueves, 24 de mayo de 2007

MANGANELLI Y SUS CORDONES

Hace algún tiempo, leyendo a Manganelli, me sorprendió la extraordinaria confesión que el italiano transcribía en su A y B: "Si escarbo en mis primeros años, incluso sin tanta necesidad de escarbar, esto recuerdo de mí: que no sabía atarme los cordones de los zapatos. Ahora bien: no sólo no es imposible, sino del todo razonable, suponer que en aquel entonces nació lo que por pura diversión podría llamar la vocación del escritor [...] ¿No sé atarme los cordones de los zapatos? Bien, escribiré libros". En algún lugar del norte conocí a alguien a quien debí atar los cordones en una ocasión, un escritor memorable y memorioso cuyo nombre, por conocido, omito y que me agradeció sobremanera aquel gesto mío de generosidad ante una carencia que le atormentaba constantemente (algo que, por otra parte, no me honra en absoluto: sé de cierto que Isabel Lyon le ataba los cordones cada día a Mark Twain). Esta dificultad parece, entonces, consustancial a una determinada raza de escritores. Jünger (y esto ya no recuerdo si lo leí aquel mismo día en el mismo lugar o probablemente en otro) tampoco sabía, pero por tozudez aprendió a hacerlo. De ahí la diferencia entre la prosa de Jünger y la de Manganelli. Por ejemplo. El italiano hace lazadas imposibles, ensaya nudos, se le deshacen los cordones de la lengua y así ésta se estira, adquiere giros nuevos, imprevistos, sarcásticos, demoledores. Inquietantes. El bufón que es Manganelli inventa juegos de los labios, hace malabares con el hilo de letra del decir, enreda y desenreda el cordón sinuoso de palabras que le atenaza el cuello. Todo por sobrevivir a la acción letal de los tiranos: aquellos que, naturalmente, llevan siempre bien atados los cordones de sus zapatos. Benditos quienes no conocen el arte de los nudos.

domingo, 13 de mayo de 2007

UNA DE ROMANOS

Por obra de la vagancia y de los viajes, he tomado una cómoda decisión (aún no sé si transitoria): poner este blog en manos ajenas. A la propuesta última de Darío acerca del Cuestionario Proust, él mismo añade otra:

"Darío Fernández dijo...
¿Puedo hacer otra propuesta? Tiene que ver con la literatura y el cine. Seguramente todos hemos hablado/leído mucho sobre las adaptaciones de grandes (o no tan grandes) obras literarias, pero me gustaría saber cuáles son en vuestra opinión las cinco películas que menos desmerecen (o mejoran) los libros en que se basan. Yo propongo las mías:

La Colmena (Mario Camus, 1982)
Hamlet (Laurence Olivier, 1948)
Lo que el viento se llevó (Victor Fleming, 1939)
Marguerite Gautier (George Cukor, 1938)
Una habitación con vistas (James Ivory, 1986)

¿Está alguien de acuerdo? ¿Os animáis también con las cinco peores adaptaciones?
"

Yo estoy recién aterrizada y mis meninges se encuentran aún en otro lugar, pero me permito avanzar algunos títulos, aunque acabe por corregirme -algo por otra parte sumamente posible-:

Entre LAS MEJORES ADAPTACIONES (permitidme mezclar clásicos y no) recuerdo El Gatopardo (Visconti en su salsa para ese libro único y extraño de Lampedusa), Blade Runner (película encantandora, aunque quizá sobrevalorada, a partir de la mediocre ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick), la maravillosa Solaris de Tarkovski (que toma como referente la igualmente maravillosa obra de Lem), Las Horas (buena película sobre la angustia de la creación, con espléndida música de Glass, a partir de una novela de Cunningham que no he leído porque no me inspira atracción alguna), El Silencio de los Corderos (nunca pensó el mediocre Thomas Harris que pudiera alumbrarse algo así a partir de sus subproductos criminales, de los que me mantengo a prudencial distancia), Las Amistades Peligrosas (magnífica, aunque desvirtúe un tanto la estructura de la obra de Laclos), la deslumbrante Old Boy (que es adaptación de un manga)... y creo que ya me pasé de cinco.


Entre LO PEOR DE LO PEOR, sin duda, La Pianista (y mira que Haneke me gusta, pero logra tornar en ridícula la angustiosa novela de Jelinek), la segunda y vergonzante versión de Lolita (con Jeremy Irons destruyendo irreparablemente su carrera de actor), cualquiera de las adaptaciones de las novelas de Marsé (Si te dicen que caí o Últimas tardes con Teresa, por citar sólo dos, porque se cargan directamente las novelas, las convierten en abyectas), cualquiera de las adaptaciones de Reverte (me parece increíble que las novelas de Reverte puedan ser tan sumamente horrendas como transparentan las películas correspondientes, aunque a lo peor... la verdad es que no he leído ninguna de las obras del caballero), cualquiera de las espeluznantes adaptaciones de Poe (porque no se diga que detesto el cine español -ejem-) o de los personajes clásicos de terror (Frankenstein y cía.); El Nombre de la Rosa funciona como película únicamente si no te acuerdas del libro de Eco; El Amante, sin ser una mala película (tiene una bella fotografía y dos protagonistas hermosos que no dejan de restregarse uno contra otro) no logra transmitir la impecable poesía del librito de Duras; en otros casos las novelas son tan malas como las películas y al revés (pienso, verbigracia, en Isabel Allende). En realidad, aquí la lista sería interminable, porque lo más habitual es quse la película funcione mal cuando no goza de un guión original, escrito ex profeso para la cinta.

Bueno, y desde aquí me invito a C.C. Buxter, para que redondee su respuesta, Javier Pérez y Javier Menéndez Llamazares .

Todo es empezar...

jueves, 3 de mayo de 2007

NUEVO JUEGO: CUESTIONARIO PROUST

Bien, como este blog no sólo está "abierto hasta el amanecer" para mí, sino para todos los amigos que deambulais a deshoras, pues me he encontrado con la siguiente propuesta de Darío Fernández, con quien soy lectora recíprocamente, en respuesta a la invitación anterior (ver mi entrada "De memes inducidos/as") de Javier Menéndez Llamazares:

"Darío Fernández dijo...
Yo es que soy demasiado clásico y convencional, así que propongo otro cuestionario mucho más middle of the road. Con perdón de Don Marcel y por si alguien se anima, aquí va la lista:

1. Los principales rasgos de mi carácter
2. La cualidad que deseo en un hombre
3. La cualidad que deseo en una mujer
4. Lo que más aprecio de mis amigos
5. Mi principal defecto
6. Mi ocupación favorita
7. Mi sueño de felicidad
8. Lo que para mí sería la mayor desgracia
9. Quién me gustaría ser
10. Dónde me gustaría vivir
11. Mi color preferido
12. La flor que más me gusta
13. Mi ave favorita
14. Mis autores preferidos
15. Mis poetas favoritos
16. Mis héroes de ficción
17. Mis heroínas de ficción
18. Mis compositores preferidos
19. Mis artistas favoritos
20. Mis héroes en la vida real
21. Mis heroínas históricas
22. Los nombres que más me gustan
23. Lo que más odio
24. Los personajes históricos que menos me gustan
25. La campaña militar que más me gusta
26. La reforma que más aprecio
27. El don de la naturaleza que me gustaría tener
28. Cómo me gustaría morir
29. El estado actual de mi alma
30. Las faltas que puedo soportar
31. Mi lema
"

Empiezo, pues:
1. Honestidad, transparencia, testarudez.
2. Honestidad, transparencia, flexibilidad (ja).
3. Honestidad, transparencia y...
4. Que realmente lo sean.
5. Tener todo demasiado claro.
6. La literatura, en carpaccio o enlatada.
7. Vivir serenamente y compartirme con la gente que quiero.
8. Defraudar y defraudarme.
9. Yo, pero mejor.
10. En cualquier lugar donde lo bello y lo justo sea importante.
11. Dos: el rojo y el negro.
12. La amapola, por su indelebilidad.
13. Las migratorias.
14. Eurípides, Pizán, Nietzsche, Roth (Joseph), Walser, Tanizaki, Szentkuthy, Coetzee... Arghhh, ¿cómo se puede preguntar esto?
15. Anacreonte, Safo, Horacio, Catulo, Jordi de Sant Jordi, Donne, Baudelaire, Rilke, Pessoa, Quasimodo, Celan, Auden, Quessep, Valente... (no repito el lamento).
16. La inteligencia del soldado Sveijk. La rebeldía del escribiente Bartleby.
17. La ironía inocente de Mafalda. La rebeldía de Antígona. El lema de Tosca (Vissi d'arte, vissi d'amore).
18. Bach. A distancia... Monteverdi, Haendel, Mozart, Beethoven, Brahms, Ligeti...
19. Fidias, Miguel Ángel, Vermeer, Klee, Bacon, Oistrakh, Koolhaas...
20. Suena empalagoso, pero es cierto: mis padres.
21. De las auténticas heroínas de la Historia -que son muchas- la Historia se ha encargado de sepultar sus nombres.
22. Ana, que antes no me gustaba, cada vez me gusta más... pero me gustan sobre todo los nombres de todos aquellos a quienes aprecio.
23. La envidia y la estulticia.
24. Todos los histÉricos aborrecibles que en el mundo han sido (no estamos aquí para el catálogo de las naves del horror).
25. Las Termópilas (a pesar de que no soy partidaria de ninguna expedición militar).
26. Las que nos han hecho más humanos y ahora estamos perdiendo por causa de la indiferencia y del dinero.
27. El oído absoluto.
28. Consciente y sin dolor, ni mío ni ajeno.
29. Curiosa y expectante.
30. Las que no hacen daño a terceros.
31. Más vale tarde que siempre.


Ahora me toca hacer trizas el fin de semana a tres amigos. O sea que ahí van los elegidos: el propio Darío, que se lo ha buscado, el sufrido Javier Menéndez Llamazares y el aplicado Asfoso.
Hagan juego.