Que el hombre es un lobo para el hombre se sabe desde el principio de los tiempos, que es como decir que se sabe antes del verbo. La historia del lenguaje arranca en el deseo de encubrir esa ecuación y algunas otras traiciones similares que viajan en el equipaje humano. Con palabras se ha tejido el velo que, en la seducción artera de su trama, ha encapsulado en su belleza la mentira. Es el velo que cubre a una rosa de rojo terciopelo o que rodea de inocencia la blancura de una banda.
Somos criaturas frágiles, sometidas al dolor de la ficción, a su alumbramiento y posterior ejecución. Como una suerte de genésico mandato divino, “engañarás con dolor” es el designio verdadero con que se nos expulsó del Paraíso, llevándonos tan sólo los ojos bien abiertos y un cálamo en las manos. Así lo muestra Das weisse Band, la última cinta de Michael Haneke, que ha logrado turbarme en esta noche y que trata sobre el tortuoso aprendizaje y asunción del complejo mecanismo de la mentira original. La cinta blanca con que se ciñe a los pequeños para recordarles la pureza es en realidad un trasunto de la serpiente maléfica, y su candidez es el veneno que les lacera a la vez que les insufla la licencia para dañar con propiedad.