lunes, 27 de octubre de 2008

CUIQUE SUUM

Aquí dejo dos versiones de Der Hölle Rache, la deslumbrante aria de la Reina de la Noche en La Flauta Mágica de Mozart. Como es sabido, tras un revuelto de champiñón importante en que intervienen Pamina, Sarastro, Tamino y Monostratos, la Reina increpa duramente a su hija Pamina, exigiéndole que mate a Sarastro bajo la amenaza de repudiarla:

Der Hölle Rache kocht in meinem Herzen,
Tod und Verzweiflung flammet um mich her!
Fühlt nicht durch dich Sarastro
Todesschmerzen,
So bist du meine Tochter nimmermehr.
Verstossen sei auf ewig,
Verlassen sei auf ewig,
Zertrümmert sei'n auf ewig
Alle Bande der Natur
Wenn nicht durch dich!
Sarastro wird erblassen!
Hört, Rachegötter,
Hört der Mutter Schwur!


(¡La furia del infierno hierve en mi corazón
la muerte y la desesperación arden en mí!
Si Sarastro no siente a través de ti
el dolor de la muerte
entonces ya nunca más serás mi hija.
Por siempre te repudiarán,
por siempre te abandonarán,
por siempre se destruirán
todos los vínculos de la naturaleza.
¡si no es a través de ti!
¡Sarastro palidecerá!
¡Oíd, dioses de la furia,
¡oíd el juramento de una madre!)


Les animo a que voten cuál de las dos versiones prefieren. Les aseguro que las dos van muy en serio. En el próximo post desvelaré los detalles pertinentes. No me hagan trampas... y disfruten.





martes, 21 de octubre de 2008

LA OREJA DEL EMPERADOR

Este domingo 26 de octubre se clausura la que sin duda puede calificarse como una de las grandes exposiciones de este año 2008: la dedicada al emperador Adriano en el British Museum de Londres. La exposición es magna por su propósito y sus logros, es magna por el retrato que sabe dibujar de una figura decisiva de la Historia de Occidente, pero es magna también, y en especial para nosotros, por aludir a un personaje que no sólo tenía evidente raigambre hispánica, sino que además hacía gala de ella. En efecto, Adriano, nacido en realidad en Roma (aunque algunas fuentes sugieren Itálica como ciudad natal), procedía de una familia bética, y la acuñación imperial de moneda se recrea en esta cuestión; una de las piezas más hermosas de la exposición del British es un espectacular áureo que presenta la efigie de Adriano en el anverso, y en el reverso una figura femenina con una rama de olivo en la mano, a modo de encarnación de Hispania. Y es que en el olivo está el quid de Adriano, de su ascendencia y de su imperio. El comisario de la exposición, el conservador Thorsten Opper, subraya la ascendencia surhispánica de Trajano, padre adoptivo de Adriano, que hizo de éste su sucesor alterando toda previsión, e igualmente pone énfasis en las raíces parentales del propio Adriano, cuya enriquecida familia no sólo dotó al Senado con varios miembros, sino que además estos mismos y otros de similares intereses y acomodo comenzaron a conformar una nueva elite senatorial bien distinta a la vigente hasta el momento. Y es que los productos mediterráneos, y en particular el aceite, proporcionaron una vida muelle a los béticos y sobre todo a las familias que dominaban el entorno… y pronto mucho más allá del entorno. Esa molicie permitió, a su vez, la excéntrica vida de Adriano –el primer emperador barbado, dicho sea de paso–, su desmedida afición a la caza, sus viajes y su gusto por lo griego –que le valió el apodo de Graeculus–, su tendencia a la literatura, la filosofía, la belleza… en combinación con un imparable cursus honorum y una mano firme en que se aunaron la violencia más implacable… y la ternura homosexual más desbordada: los mil rostros de un andaluz inmortal.
La exposición arranca y muere en la literatura: desde las célebres Memorias de Adriano de Marguerite Yourcenar, cuyo manuscrito se exhibe en una vitrina como idea desde la que iniciar el itinerario, hasta los reflexivos versos Animula vagula blandula… atribuidos al emperador, con los que se cierra la muestra, flota en todo el montaje un homenaje a las palabras, también a las de los escritores clásicos, que sirven de lúcida guía por las diferentes secciones de la exposición. Excediendo a la palabra, la imponente presencia de Adriano, representada por los fragmentos de una monumental estatua del emperador de casi cinco metros de altura recientemente hallada en Sagalassos (Turquía): cabeza, brazo y pie hercúleos, que verdaderamente sobrecogen.
Guerrero. Soñador. Visionario. Las diversas facetas del emperador, hasta las más peculiares, se muestran en esculturas varias: la célebre cabeza juvenil en bronce extraída del Támesis en el XIX, además de otras imágenes en las que Adriano aparece bien con atuendo griego, bien desnudo con tocado marcial (y poco imperiales atributos), bien con toda la artillería militar encima y aplastando a un bárbaro de reducido tamaño, bien con gesto implacable, bien meditativo y ya maduro. En todas ellas, una nota común: un peculiar pliegue en el lóbulo de su oreja. Un detalle anatómico que permite especular con una enfermedad coronaria del emperador (es un rasgo frecuente en enfermos de esta categoría), quien, por lo demás, murió de muerte natural, ajeno a dagas y venenos: todo un logro en el Imperio Romano, a pesar de que no estaba personalmente bien considerado, según atestiguan las fuentes.
La exposición explora otros aspectos interesantísimos: la inclinación de Adriano por la arquitectura, incluso por el diseño individual, es uno de ellos. Su huella en la restauración del Panteón se ha perpetuado posteriormente en algunos edificios más que notables: San Pedro del Vaticano, Santa Sofía, Santa María de las Flores, la mezquita Suleimaniye, el frustrado Halle des Volkes de Speer… o la propia cúpula de la Reading Room del British Museum bajo la que, en una suerte de guiño travieso, se custodia la muestra adrianea. También se nos transmite la anécdota según la cual Adriano, al inmiscuirse en una conversación entre Trajano y el arquitecto Apolodoro de Damasco, fue enviado por éste a freír espárragos, o más exactamente “a dibujar a otro lugar sus calabazas”.
Como era de esperar, no falta un delicioso espacio dedicado a la Villa Hadriana en Tívoli, con una magnífica maqueta y un fondo con enormes fotografías retroiluminadas. Desde la Villa Hadriana nos adentramos de forma natural en el universo de Antínoo. Una fascinante escultura del mítico efebo de Bitinia permite explicarse por qué todo un emperador pudo caer de rodillas ante él. Demasiado hermoso para ser de carne y hueso… quién sabe.
Por allí, también, se exhibe la espléndida Copa Warren, con escenas homosexuales explícitas. Y frente a este entorno estrictamente masculino: el honor, la pudicia, la venerabilidad de Vibia Sabina, la esposa de Adriano, deificada a su muerte; la mujer de la que se dice que no llegó a consumar su matrimonio pero que, en cambio, mantenía relaciones lésbicas con alguna que otra amiga.
Entre todo ello, cascos, corazas maravillosamente labradas, vestigios de represión, de liderazgo político-militar y territorial (la ciclópea Muralla de Adriano del 122 que dejaba a los “bárbaros” al otro lado del Imperio), también de afectos paterno-filiales (el precioso camafeo de Trajano y Plotina, los retratos de Marco Aurelio y Lucio Vero niños)… y de reflexión sobre la muerte: un lugar en que reposar (el Castillo de Sant’Angelo) y unas palabras para la posteridad...
Animula vagula blandula
hospes comesque corporis
quae nunc abibis in loca
pallidula rigida nudula
nec ut soles dabis iocos.

domingo, 12 de octubre de 2008

AMORE

Va a ser verdad que el amor es una casa. Una casa levantada tan sólo para ocultar una pared, una pared tan sólo, una pared en la que están escritos los grafemas de una historia, la historia de un amor trazada con una mano en el aire suspendida, en el aire una mano como una sonrisa felina que se disuelve poco a poco, una mano como la que turbó a Belasar en Babilonia con su enigma, la mano y su caligrafía que entregó la ciudad entre ciudades a los persas y a los medos.
En esa pared todo está inscrito y el centinela amor vino después, a rematar su faena de arquitecto de las ruinas, cuando el fresco amor en la pared ya estaba muerto, a levantar paredes, otras, el resto de paredes postergadas por la pasión y su escritura febril, alucinada. En el amor siempre hay un antes y un después, igual que hay un edén y hay un infierno, igual que hay un cordel sobre el vacío y un vacío. Va a ser verdad que el amor es una casa, una casa que se sueña y que no existe sino cuando anochece en el amor, una casa que es túmulo donde honrar y custodiar cenizas, cenizas de una pasión que ardía sin tiempo de buscarse un techo. Siempre el amor que arde se consume a la intemperie.
Pienso en estas cosas leyendo a Manganelli, el autor de cordones malabares. Quiso Amore venir hasta mis manos en tiempo de ventisca, como un testimonio escéptico y sin embargo herido. Dice el italiano: “En las paredes de la iglesia fueron pintados grandes frescos. Me gusta pensar que los frescos son más antiguos que la iglesia. De entre todos, una figura especialmente me aflige y dolorosamente me consuela. Es una figura de espaldas, alta, cándida, guerrera, alada acaso, un ángel. He buscado el punto exterior de la iglesia correspondiente a la figura del ángel. Y dado que no hay allí rostro, he llegado a la conclusión de que la iglesia fue construida precisamente para borrar el rostro del ángel. En verdad, el único indicio que tengo yo de algún coloquio nuestro, de un estar juntos, es precisamente este negarme su rostro”.
La casa que al amor cobija es urna funeraria, iglesia simulada para un altar hereje. Y el amor: sólo un ángel que se extingue, atrapado en un muro embadurnado de albayalde. El amor es semilla y herbicida, es latido y mausoleo, un rostro vuelto. Amor le llaman, por ceguera, vesania o cobardía.