Hace unos días volvía a ver Azul, ese retrato en carne viva de la soledad que presenta con su delicadeza habitual Krysztof Kieslowski –uno de mis imprescindibles–. El polaco ha señalado ese vacío como nadie en sus películas, ese vacío que no es tal en realidad, porque el solitario –el solitario que lo está tras una pérdida, tras una huida, tras cualquier acto que implique cercenar esa materia continua que antes no era soledad– se esfuerza en rodearse de lo que añora, de lo que fue, de lo que le hace daño: un sonido, una apurada taza de café. Estar de pie en mitad de las estatuas. La soledad, entonces, va irremisiblemente unida al dolor, pero no al dolor obvio de la ausencia sino, bien al contrario, al del exceso: es el dolor del horror vacui; un dolor que convierte al que está solo en el menos solo de los hombres, inmerso en una selva barroca y asfixiante, terrible y enigmática, como la dibujara Baudelaire. La soledad, así, no es otra cosa que un oxímoron tedioso, un pájaro de vuelo circular y reiterado… y también, desde Kieslowski, un cristal azul y desvalido.
La soledad, la soledad azul, está proscrita. Es una lacra, es repulsiva. Hay quien ha dicho, con fortuna, que ostenta el rostro de la culpa. El sistema indica que debemos ser felices, animales sonrientes y siempre acompañados; que debemos bailar la siniestra zarabanda cuyo ritmo marcan nuestros pasos previamente dirigidos. Caminar es bailar por pura inercia; vivir, un pas de deux prefabricado. La soledad nos salva de este espanto. En su cristal azul –ese breve simulacro de la muerte– brilla el exceso de pasión, pero también algo que se parece a la verdad. Apartando la hojarasca y el fragor de los escombros surge la mirada transparente, el perfil de todo aquello que, no estando solos, no podemos ver. La senda tortuosa que conduce a Tebas. La mentira, la duda o el error. Y el libro en blanco de los días por venir.
La soledad nos torna más tristes y más lúcidos. Más libres.
La soledad, la soledad azul, está proscrita. Es una lacra, es repulsiva. Hay quien ha dicho, con fortuna, que ostenta el rostro de la culpa. El sistema indica que debemos ser felices, animales sonrientes y siempre acompañados; que debemos bailar la siniestra zarabanda cuyo ritmo marcan nuestros pasos previamente dirigidos. Caminar es bailar por pura inercia; vivir, un pas de deux prefabricado. La soledad nos salva de este espanto. En su cristal azul –ese breve simulacro de la muerte– brilla el exceso de pasión, pero también algo que se parece a la verdad. Apartando la hojarasca y el fragor de los escombros surge la mirada transparente, el perfil de todo aquello que, no estando solos, no podemos ver. La senda tortuosa que conduce a Tebas. La mentira, la duda o el error. Y el libro en blanco de los días por venir.
La soledad nos torna más tristes y más lúcidos. Más libres.
16 comentarios:
Magnífica entrada, como siempre. Se me hace difícil hacerte comentarios porque uno tiene la sensción de que todo está dicho en ella...
Pero dejando de lado este momento de (sincero) peloteo, he de decirte que de la trilogía de los colores de Kieslowski, a la que llegué de pura casualidad (como que primero ví "Rojo", luego "Blanco" y sólo finalmente "Azul"), la película que más me conmueve y prefiero es "Rojo"; al final a uno le queda la sensación de que siempre es posible salvarse de lo malo, aunque sea a través de los demás. Bueno, me gusta por eso y, por qué no decirlo, porque al final el opositor a juez acaba aprobando el examen, claro...
"La senda tortuosa que conduce a Tebas". Mmmmm, ven, ven aquí, que quiero depositar un beso en tu frente, justo debajo del escarabeo que la adorna, reina mía.
Brutal, Ana. Has puesto palabras a un sentimiento que me bailaba por el alma desde hacía mucho tiempo. Gracias. Qué necesaria, la soledad, qué dura. Un besote.
C.C.Buxter: Aunque Kieslowski las hizo aparecer en el orden Azul-Rojo-Blanco se pueden ver indistintamente. En todas ellas hay guiños al universo habitual del polaco, guiños que aparecen también diseminados en esas diez pequeñas obras maestras que constituyen el Decálogo (y que también están presentes en la inacabada L'Enfer que ha dirigido con buen pulso Tanovic, aunque Tanovic no es Kieslowski). Azul es la más salvaje, la más implacable, quizá la más perfecta. Rojo descarga la tensión en dos personajes, no sólo en uno (Azul), y eso la hace más amable; es una magnifica reflexión sobre los tortuosos vericuetos de la comunicación. Blanco tiene un humor agridulce, pero a mí es la que menos me convence.
Y por cierto, yo sé de otro que va a aprobar el examen... Un beso.
Jorgewic: Recuerda que antes de tu beso, y antes de que entres en Tebas, debo hacerte una pregunta ;)))
Leo: Gracias por tu sinceridad. Un gran beso para ti.
La soledad, esa condena necesaria, sinónimo de la propia existencia... Y la mentira nos permite descansar. Mis mejores deseos...
Gracias, Sir, por tu intuición. Un beso.
Lo mejor de la película es la banda sonora, buenísima :-)
No sé si es lo mejor de la película, pero es cierto que Zbigniew Preisner es un maestro. Trabajó con Kieslowski en prácticamente todas sus películas (maravillosa la música de La Doble Vida de Verónica). Y creo recordar que también era el autor de la BSO de Herida, aquella joya triste de Louis Malle. Besos.
O solitude, my sweetest choice!
Places devoted to the night,
Remote from tumult and from noise,
How ye my restless thoughts delight!
O solitude, my sweetest choice!
O heav'ns! what content is mine
To see these trees, which have appear'd
From the nativity of time,
And which all ages have rever'd,
To look today as fresh and green
As when their beauties first were seen.
O, how agreeable a sight
These hanging mountains do appear,
Which th' unhappy would invite
To finish all their sorrows here,
When their hard fate makes them endure
Such woes as only death can cure.
O, how I solitude adore!
That element of noblest wit,
Where I have learnt Apollo's lore,
Without the pains to study it.
For thy sake I in love am grown
With what thy fancy does pursue;
But when I think upon my own,
I hate it for that reason too,
Because it needs must hinder me
From seeing and from serving thee.
O solitude, O how I solitude adore!
Puse hace unos dias en mi blog esta hermosa canción de Henry Purcell. ¿La conoces?
Antonio: Gracias por traer hasta aquí esa maravilla, además tan oportuna... Sí, la conozco, en versión del elegantísimo contratenor Gérard Lesne. No sé si sabes que esa preciosidad de canción también cobra protagonismo en una de las novelas de Quignard, Villa Amalia. Un beso.
Ana, me encantas. Gracias por hacerme caso ;)
Siento haber tardado un poco. Estoy con mucho trabajo. Y además no me gusta demasiado (cibeles) y me canso...
¿Cómo estás?
Un besín.
P.S: ¿El pajaro es azul, también?
Anoche lei poemas de Celaya, te voy a traer un verso que viene bien en este momento.
Los pájaros son siempre azules...
Que la moda no pueda contigo. Besos.
No podía, Ana, contestar todo tu azul sin antes ver la película que, sabiamente, esperaba su momento. Sus fotogramas son el metrónomo de un sentimiento que tiene cadencia de latido y así llega hasta mí, resonando, todo el vacío que nos une. Ya lo sabes, no es la primera vez que te siento a través de la pauta transparente del cine y de la música, una pauta que gobierna esta soledad que nos acompaña –siempre latiendo- toda la vida.
Get rid of the blues soon, babe.
Enrique V.
Qué hermoso tu deseo, como todos los tuyos, amado Enrique V.
Y qué hermosa tu mirada.
Por fortuna, no sólo nos une el vacío.
Un beso en tu corazón.
amiga !!!
que gusto leerte...!!
...y sobre la SOLEDAD
no hay que temer a ella
si sabemos estár
con nosotros mismos.
=)
un beso
Amigo Matlop: Siempre es un placer tu blanca visita. Besos sentidos.
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