lunes, 5 de noviembre de 2007

PUNTO DE FUGA

En el Museo d’Orsay de París hay, al menos, dos cuadros que no permiten un tránsito indiferente. Uno de ellos se encuentra en la planta primera del museo y corresponde a la mano del pintor belga Jean Delville, personaje singular más interesado en las traducciones esotéricas del arte que en el arte por sí mismo. Su cuadro, titulado equívocamente La Escuela de Platón, bien puede parecer –y de hecho lo es– la provocativa recreación de una escena de Jesús y sus apóstoles. Los discípulos, en coincidente número de doce, aparecen en torsiones afectadamente voluptuosas, y el presunto Platón responde sin dudar a la tradicional iconografía de Cristo, con olivo incluido a la espalda –dispuesto, por cierto, de tal manera que evoca el madero de la crucifixión y la corona de espinas, o así me lo parece–. El cuadro, de grandes dimensiones (6 x 2,60 metros), fue originalmente concebido como encargo de la Universidad de la Sorbona, pero acabó siendo rechazado por su impudicia y nunca ocupó el lugar que le estaba destinado. Mi acompañante en el Orsay, hombre ya en su cuarentena, viajado y supuestamente curtido en las pérfidas asechanzas del mundo, ciento diez años más tarde del episodio universitario sorbonense, pegó un respingo ante ese lienzo y mostró su desagrado, abandonando la sala con celeridad. He de admitir que la obra transmitía una sensación inquietante, de una belleza repulsiva. A pesar de que, sabiendo de su interés por la Antigüedad, intenté seducir al huido con el taimado título de la obra, su mirada evidenciaba desconfianza y no hubo más opción que encaminarse hacia el trastornado pero aprehensible mundo de Van Gogh. La locura comm’il faut siempre es una garantía.

Ya una hora antes se había producido otro encuentro imprudente. El otro al que al principio hice mención. En una de las salas laterales de la planta baja, recoletamente dispuesto junto a su acceso, se encuentra un cuadro no muy grande, de apenas 45 x 50 centímetros. Se trata del llamado El Origen del Mundo, de Gustave Courbet, lienzo tan bien conocido como poco visto, cuya difusión en la portada de una novela de Jacques Henric, todavía en 1994, fue objeto de censura. Después de pasar por varias manos, y siempre entre misterios y ocultaciones diversas, la tela acabó por expreso capricho en manos de la esposa de Lacan, quien sin embargo terminó por encontrarse incómoda ante los comentarios de sus amigos y de los extravagantes visitantes de su célebre esposo. En 1995 la obra pasa a integrar los fondos del Orsay, aunque en el correspondiente anuncio oficial el Ministro de Cultura francés rehúsa fotografiarse junto al lienzo. Es evidente que El Origen del Mundo, aun a pesar de su título casto y conciliador –ajeno a Courbet, por cierto–, siempre fue una tela magnética y conflictiva; ya en su primera exposición, cuando se preguntó al artista sobre la identidad de la modelo, contestó Courbet con flaubertiana contundencia: “El coño soy yo”. Y es bien probable, dado que su amante reconocida, la irlandesa Joanna Hiffernan, era pelirroja. Courbet, personaje escandaloso y libertino, además de altanero y desafiante, bien podía ser un coño; y hasta la ambarina carne de Correggio que lo enmarcaba, como bien dijo Goncourt.
En Orsay vi El Origen del Mundo muy sesgadamente. Mi acompañante fue presa del mismo rubor que ha teñido la visión de la tela a lo largo de más de siglo y medio. Pero entonces me di cuenta de cuál debió de ser el auténtico título de la obra. Aquel fulgor oscuro de semilla, aquel desván, aquel espejo del ojo que se entrega sin remedio: Punto de fuga, por supuesto.

33 comentarios:

JML dijo...

Mi querida Ana:

Una locura con rostro… el “coño” de Courbet también lo tiene. Dices bien: semilla, pero esa ¿sábana? ¿sudario? ¿camisón? que se aparta para mostrar, sugiere también los pétalos apartados de una flor abierta hasta el mismo útero. Toda fantasía regresiva termina en esa sonrisa vertical.
En cuanto a tu acompañante… tal vez un Bukowski o un Henry Miller (compañías poco recomendables, en todos los sentidos) hubieran celebrado esa sucesión de herejías pictóricas. También hubiesen querido ser Flaubert… o en todo caso Bataille.

Un beso pudoroso en tus sentidos

Francisco Sianes dijo...

Siempre que he visitado el museo d'Orsay me ha hecho sentir cierta perplejidad la obsesión con los impresionistas. No es que niegue el valor a muchos pintores que admiro; pero me apena que casi se ningunee la contundencia de los pintores "realistas".

Algunos han llegado a la pacatería de denostar el "realismo" por ingenuo y prosaico. Ahora parece que Sorolla está "de moda". (Qué peligrosas son las modas estéticas: Leopardi sabía que la moda es la madre de la muerte).

Me encanta Courbet: en todas las artes me conmueve cierta dosis de rudeza estética: esas aristas no pulidas que encuentro en la música de Brahms o en las novelas de Tolstói.

Un abrazo.

(Dicho sea de paso, Ana: me ha sorprendido el pudor de su acompañante. ¿Su madre?)

Anónimo dijo...

Lo cierto es que ambas pinturas son turbadoras. El de Courbet recuerdo que me impresionó mucho(el otro no lo recuerdo, la verdad: demasiadas obras de arte en muy pocos días).
Gracias por el recordatorio, Ana.
Un beso.

Francisco Sianes dijo...

(Mi pregunta última ha quedado bastante ambigua -o incluso impertinente-: preguntaba si esa mojigatería es consecuencia del ascendente materno. No pocas veces he tenido que soportar sus estragos sobre el temperamento de mis acompañantes)

Antonio Torralba dijo...

¡Qué cerca está el casiorigen del mundo de su casifinal!

Anónimo dijo...

Mi queridísimo elperdedor: Tu mirada fantástica, bien adiestrada, como Hoffmann quería, se ha detenido en la importancia de la sábana y sus posibilidades. Consigues eludir el punto de fuga y reparar en esos pliegues que dicen tanto en cuanto callan. Interesante se me antoja también la postura del cuerpo, que niega con una pierna, afirma con la otra, en correspondencia con el juego mantenido por los senos.
Bataille y su desnudez del cuchillo del carnicero… Es cierto, Miller y Bukowski no podrían ser amistades, ni siquiera peligrosas.
Un beso siempre enternecido ante tus palabras y tus ojos.

***
Mi querido Francisco: Qué bueno su ejemplo sobre Brahms. Hace escasos días me comentaba alguien que el hamburgués le parecía melifluo, y no pude más que subrayarle su excelsa, casi agresiva limpieza, y de ahí esa “rudeza”, esas aristas que con brillante metáfora usted le atribuye.
Sí, es cierto que existe esa búsqueda obsesiva del Impresionismo, que creo que funciona –en una lectura incompleta y errónea, por supuesto– como arte de alivio ante otras manifestaciones artísticas más perturbadoras. A los impresionistas hemos de agradecer que se despojaran de algunos ropajes –siquiera de las enaguas y cancanes– para allanar el siempre deseable –al menos en el arte– camino de la desnudez.
Mi acompañante: un enigma. Entonces y aún ahora.
Un fuerte abrazo.

***
Preciosa Leo: París es un festín de arte y emoción. Me alegra haberte traído un breve destello.
Beso grande.

***
Ay, mi querido Antonio, pero qué certero eres.

Paolo dijo...

Yo venía a decir que el coño de Courbet es una celebración de la vida, y que no caben pudores, pero me encuentro con lo de Brahms y doy un respingo. ¿Brahms rudo? Pero si es refinamiento en estado puro (lo que, obviamente, no lo convierte en melifluo). Si en todo el siglo XIX es imposible encontrar un compositor en el que el equilibrio, la pureza de líneas, la simetría, la claridad y el sentido de lo apolíneo esté más enraizado en la esencia misma de su trabajo. Brahms es el clásico por excelencia en un mundo de románticos. Rudos pueden ser Bruckner, Mussorgski, Chaikovski y hasta Schumann, pero ¿Brahms? ¡Vive Dios! Si Brahms es el Mozart del XIX.

Anónimo dijo...

Mi querido Paolo: No se me asuste usted con lo del "rudo" Brahms, que es la expresión que ha utilizado otro amable lector, Francisco Sianes. En mi respuesta yo le hablé, le maticé tal vez, sobre el concepto de limpieza, y he creído entender que de esa diafanidad brota esa "rudeza" que -pienso que metafóricamente- el Sr. Sianes le atribuye.
En los ejemplos que usted cita tampoco hablaría yo de rudeza propiamente (¿Bruckner, rudo?) pero lo entiendo del mismo modo figurado.
En todo caso, ya sabe que en materia de percepciones musicales -aun a pesar de que la suya es exquisita, me consta- no hay nada escrito.
Un beso y siempre agradecida por su ilustradora visita.

Paolo dijo...

Mi querida Ana: ya sé que ha sido el amigo Sianes el que hablaba de la rudeza de Brahms y me di cuenta de tu matiz sobre el particular, pero es que en mi opinión son dos cosas incompatibles. Brahms no puede ser a la vez rudo y limpio. Sianes afirmaba que Brahms le parece rudo porque sus aristas se presentan sin pulir, y nada más lejos de la realidad: Brahms es el pulido constante y permanente. Toda su música está hecha a partir de un perfeccionismo absoluto, en el que se dedicaba a lijar, a pulir todo lo que no fuera esencial para la construcción de la obra. No así en Bruckner: sus desarrollos son a menudo tan prolijos que una buena lima les habría venido bien a sus, por otro lado, embaucadoras sinfonías.

El agradecimiento y el placer son siempre míos.

Anónimo dijo...

"Embaucadoras sinfonías" :-)... Mi querido Paolo: eres sencillamente admirable.
Casi caería a tus pies si no prefiriera sentarme a tu lado.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

No sé por qué al ministro ése le da tanta alergia el cuadro. ¿No le gustan los coños, o qué? ¿No quiere que le vean cerca de uno?
¡Ay, que pronto se nos olvida de dónde venimos! ¡Vae victis!

Paolo dijo...

La elefantiasis bruckneriana me pareció siempre algo tramposilla. En realidad creo que el compositor estuvo algo sobrevalorado en las dos décadas finales del siglo XX. Desaparecidos hoy sus dos últimos grandes apóstoles (Celibidache y Günther Wand), me parece que su música está empezando a ocupar ya un lugar secundario en las programaciones de las orquestas y los sellos discográficos...

...y te tomo la palabra.

Anónimo dijo...

Querido Javier: Así me gusta. Al pan, pan. Por cierto ¿sabes que ayer me notificaron que mi blog es pornográfico? Iba a instalar un contador y desde la página de turno me comunicaron que no querían tratos con blogs de conenidos inapropiados... Así que parece que no sólo a los ministros les perturban los coños.

***
Paolo: Cuidado con lo brucknerianos, que son una secta peligrosa. Conozco a alguno que da miedo. Y en cuanto al resto... ojalá los dioses sean propicios. Un beso.

Francisco Sianes dijo...

¡Vive Dios, que me siento como Bruckner ante Hanslick!

Cierto es que cuando hablaba yo de rudeza, no encontraba en Brahms oscuridad, desequilibrios o falta de aseo estético. Hablaba de "rudo" en ese sentido de "riguroso, violento, impetuoso" con que nos alecciona el diccionario.

Vamos: eso que escucho en el primer concierto para piano, el trío op. 8, el Requiem, el concierto para violín, el último movimiento de la primera sinfonía... en tantas obras y fragmentos. Pero no se trata sólo de obras concretas, sino de su inconfundible "textura" orquestal y camerística. ¡Esos clarinetes y trompas!

Lo que me emociona de Brahms es que supo hermanar como pocos (¿nadie?) el equilibrio formal con esa sensación de rudeza, de hermosura salvaje, natural, sin artificiosos atavíos. Claro que puede que yo vea asomarse a Dionisio donde campa a sus anchas Apolo. Cuestión de temperamento (o sordera).

En cuanto a la "elefantiasis" bruckneriana... Hombre, no digo yo que no le habría venido bien de cuando en cuando un "limadillo" a sus sinfonías y misas ("Quandoque bonus dormitat Homerus"); pero si usted es capaz de escuchar -son ejemplos- la Coda del Finale de la Cuarta sinfonía (Celibidache al mando de Munich, por supuesto) o la Octava y ¡la Novena! en manos de Giulini y Viena sin estremecimiento, entonces yo me retiro con Bruckner al purgatorio de los sobrevalorados.

Me acordaba al leerle esto, amigo Paolo, "Toda su música está hecha a partir de un perfeccionismo absoluto, en el que se dedicaba a lijar, a pulir todo lo que no fuera esencial para la construcción de la obra" de aquella graciosísima impertinencia de Borges, que no me resisto a reproducir:

"Esta vanidad del estilo se ahueca en otra más patética vanidad, la de la perfección. No hay un escritor métrico, por casual y nulo que sea, que no haya cincelado (el verbo suele figurar en su conversación) su soneto perfecto, monumento minúsculo que custodia su posible inmortalidad, y que las novedades y aniquilaciones del tiempo deberán respetar. Se trata de un soneto sin ripios, generalmente, pero que es un ripio todo él".

Es ese "bajo continuo" de lo impetuoso, de lo violento, de lo demoníaco lo que insufla vida a la más perfecta de las construcciones del arte. Sin eso, la perfección es camafeo de la vanidad artística.

Y Brahms -que sabía, con Novalis, que en el arte el caos debe siempre resplandecer bajo el velo incondicional del orden- está, por supuesto, más allá de todo ripio y mucho más allá de mi presumible sordera.

Un cordial saludo.

(Y disculpe, Ana, mi bruckneriana prolijidad)

Sir John More dijo...

Bueno, yo no voy a hablar sobre el coño de Courbet porque me parece muy feo decir coño en un sitio así, así que no voy a decir coño como otros compañeros han dicho eso de coño. ¡Coño, creo que tengo derecho a no decirlo, ¿no?! Además, si todos nos ponemos que si coño parriba y que si coño pabajo, pues entonces le ponen al blog de Ana tres equis en vez de una, así que mejor me limito a (sin decir coño) felicitar a nuestra anfitriona por estos artículos tan edificantes, lindos y divertidos, porque eso del "punto de fuga"... Je, je, qué bueno.

Anónimo dijo...

Coño, Sir, pues ya te agradezco tu delicadeza verbal... :-))
Qué gusto tenerte por aquí, como siempre.
XXX

Anónimo dijo...

Pues suscribiendo las opiniones de Paolo (con la prudente anotación al margen de que todos somos al opinar hijos de nuestro tiempo, y éste de ahora no es favorable a los artistas tipo Bruckner) diré que no hace falta irse a buscar al inalcanzable Celi para disfrutar como un enano con el elefantiásico. El año pasado tuve la suerte de escucharles una octava a los de Viena, con un tal Thielemann al mando, y todavía estoy recuperando el resuello.

Luis López dijo...

¿Pornografia?
http://asfoso.blogspot.com/2007/11/pornografa.html

Anónimo dijo...

Pues a mí me admira ese pecho que asoma a pesar de la censura de la tela que cubre al otro, la cara y los brazos, es como ese pícaro que sale en algunos cuadros, con una sonrisa nefasta, en un punto casi escondido de la pintura.
Yo no conocía el cuadro y cuando supe salir del hipnótico y terrible felpudo negro, lo que más me inquietó fue esa sábana que no se sabe si cubre para no robar presencia a ese coño tremendo o si es por vergüenza de modelo. Es una sabana algo mortuoria a la que sólo escapa ese pecho con afán escénico, de pezón atrayente que se niega a perder su cuota de protagonismo. Es un lienzo desasosegante, magnético. Yo, si fuera ministro, tampoco me fotografiaría junto a él.
De ahí que no sea ministro, claro.

Beso que quede, que no fugue,
Enrique V

pezenseco dijo...

No sé bien cómo he llegado aquí, saltando de una bitácora a otra y a otra, pero ha sido muy agradable la visita. Courbet es una maravilla, pienso por ejemplo en "la bacante" o "el sueño": otros dos "rodeos al coño" -por decirlo de alguna forma- muy singulares...

Anónimo dijo...

Mi querido Luis: Gracias por el texto que incluyes en tu bitácora acerca de la "censura" de mi blog. Los ojos tienen todavía mucho camino que recorrer.

***
Enrique V: No, tú no eres ministro, claro. Eres mucho más importante que eso. Tú lo sabes. Beso con corazón.

***
Pezenseco: Sí, esos cuadros que citas de Courbet están en órbita... son pura provocación (introducción del lesbianismo, del éxtasis), como lo eran incluso sus propios autorretratos.
Bienvenido en tu primera visita. Un saludo.

Paolo dijo...

Coño, Ignacio, no puede dejar uno un cabo suelto, es que Thielemann es el heredero...

Anónimo dijo...

... de una peliaguda herencia.

blackjacket dijo...

ei
como es eso de una traducción esotérica del arte que no alcanza a ser intrinsecamente arte?
no sería lo mismo
y este cuadro
uno absolutamente religioso

Anónimo dijo...

Querido BlackJacket: No he dicho exactamente eso, sino que a Delville le preocupaban más las ramificaciones esotéricas de su trabajo que la obtención de una obra meramente artística. Ya sabes: arte como medio / arte como fin.
Bienvenido.

hombredebarro dijo...

A mí el cuadro de Courbet me parece un bodegón: color y texturas. Es por evidente el coño más abstracto que he visto en mi vida (Yo, que soy gran ojeador).

Anónimo dijo...

Mejor bodegón que naturaleza muerta... :-))
Un saludo, amigo.

Anónimo dijo...

Perdona por "resucitar" una entrada antigua.
El coño de Courbet no despertó en mí el más mínimo interés, hace ya casi 10 años que visité Museo d'Orsay y no he vuelto a él. Persí te tengo que decir que me impactó el cuadro de "Platón y sus discípulos" o "La escuela de Platón" o "La academia platónica" ¿cómo coño se llama?
Me quedé un buen rato mirándolo y llegué a la conclusión que la menor mariconada, con perdón, eran los abrazos que se daban los representados.
El Museo d'Orsay es una maravilla y es triste que las salas que están abarrotadas y no puedas ver los cuadros sean las de las "vacas sagradas" del impresionismo. El realismo del siglo XIX dio unos maravillosos escultores y pintores sobre los que los visitantes pasan de largo. Pero eso es mayor placer para los que sí sabemos. El Gran Tour no ha muerto, solo se ha trasladado unas calles más allá..., o unas salas.

Anónimo dijo...

Querido amigo: Toda resurrección es bienvenida :-)
El cuadro de Courbet puede impactar más o menos, por supuesto. Desde luego, yo no lo citaría entre mis favoritos, a pesar de que Courbet me atrae. Pero no negarás que tiene una historia fascinante (con perdón) a las espaldas.
La Escuela de Platón (suele conocerse así esta obra) impacta del mismo modo que puede hacerlo el coño de Courbet, o tal vez más, porque la transgresión aquí no es moral, es ideológica. Lo que se zarandea o es el pudor, sino la religiosidad.
Un fuerte abrazo.

Anónimo dijo...

Amiga, que no amigo ;). Si el cuadro de Courbet, a pesar de su historia no me interesó gran cosa es porque lo vi demasiado "ginecológico". Pensé que a fin de cuentas, es lo que ven los ginecólogos todos los días y no se deben inmutar lo más mínimo, supongo que es una manera de quitarle pudibundez al asunto representado.

La Escuela de Platón pese al barquito de vela en el horizonte, los árboles en flor y el pavo real blanco lo encuentro mucho más transgresor, una parodia religioso-filosófica- sexual, que si hoy, como a tu acompañante en el museo hizo sentir incómodo, no digamos cuando se pintó en su época.

Tienes un magnífico blog que espero poder ir siguiéndole la pista.

Anónimo dijo...

Mi querida amiga: Perdón por el involuntario cambio de sexo :-))
Precisamente el barquito, el olivo y el pavo real son símbolos con una tradición iconográfica a las espaldas que tornan el cuadro aún más sacrílego, si cabe. Delville era un personaje apasionante -aparte de un perturbado-.
Gracias por tu elogio: es un placer contar con tu visita.
Un abrazo.

q u i n o ƒ ƒ dijo...

Blog extraordinario, dueño de cada letra de este calificativo. Divertidísima secuencia de comentarios, además, en lo que consta otra capacidad enorme de tu página: incitar, despertar. Llego a tropezones involuntarios siguiendo una pista de Brahms, pero me quedó aquí como lector frecuente. Gracias al Barbudo por haberme traído acá.

Anónimo dijo...

Bienvenido y muchas gracias. Encantada de poder contarle entre los amigos de esta casa.