El caer de la nieve es una forma de escritura que implica su peculiar e indeleble caligrafía. Los albos copos ejercen la divina potestad que se les ha otorgado, la damnatio memoriae de los siglos. En la nieve se da esa paradoja de borrar y escribir en un único acto, ese desafío que los regentes de la Roma del Imperio asumían para sellar su futuro consagrado a la decapitación o al veneno, jamás al olvido. La damnatio memoriae es ocultación más pérfida que la de un palimpsesto; en su labor se encubre otra escritura y otro nombre pero, sobre todo, se embosca el odio y su trazo intelectualmente asesino. Las palabras, para Nietzsche, albergaban el sentimiento muerto de lo que fue y ya no es, y entonces la palabra es un desdén perpetuo, un esfuerzo mórbido. Los copos de nieve son sepultureros desdeñosos de todo cuanto cubren en esa lengua atávica e incontestable de su caída; los cadáveres que aflorarán, tal vez, con la llegada de la primavera.
En la navidad de 1493 Piero II de Medici fantasea en su palacio con la posibilidad de desafiar a la escritura de la nieve. Es deber de los príncipes contrariar los dictados de los dioses, y es ese deber cumplido el signo indicativo de la mortalidad egregia. Nieva sobre Florencia. Piero tiene veintidós años y responde al título de Señor de Florencia desde los veintiuno, aunque su autoridad –escasa– es discutida. El hijo mayor del Magnífico Lorenzo contempla desde la ventana la inusual nevada que asfixia la belleza del patio palaciego. En su indolencia se aburre; no sabe aún que en pocos años habrá de perecer, como aliado del invasor que previamente lo expulsará de la ciudad reinstaurando con ello la República.
Piero piensa en una fiesta, otro espectáculo que acredite su grandeza. En su desatada hybris trama una velada insolentemente excepcional: manda llamar a Miguel Ángel por primera vez a su palacio desde la muerte de Lorenzo, protector señalado del artista, y le encarga que realice una escultura con la nieve acumulada en el patio del palacio, una escultura efímera que iluminará su fiesta. Miguel Ángel tiene diecinueve años, un desproporcionado orgullo y una fama incipiente. Lo que Piero le plantea a Miguel Ángel es el duelo del arte contra el tiempo, de la voluntad inconstante contra la inmutabilidad del sacro lenguaje escriturario. El duelo del hombre contra Dios.
Cuando John Ruskin rememora este episodio, lo lamenta desde una atalaya eminentemente práctica. Traduzco directamente de su Economy of Art (1857): “Muchos de ustedes, tal vez, recuerden que Pietro di Medici encargó en cierta ocasión a Miguel Ángel que modelara una estatua de nieve, y que cumpliera taxativamente el encargo. Debo estar agradecido, y todos tenemos motivo para estarlo, de que le acometiera semejante antojo al indigno príncipe, y ello por el siguiente motivo: Pietro di Medici dio muestra, en un momento específico dentro de una gran época con decidida primacía de las artes, del más perfecto, certero y profundo error que las naciones y los príncipes pueden cometer respecto a los genios confiados a su dirección. Observemos; tenemos aquí al mayor de los genios sujeto a la más estricta obediencia, capaz de demostrar una férrea independencia y sometido, sin embargo, a los deseos de su superior; al mismo tiempo, al más realizado y original de los artistas, capaz de hacer tanto cuanto puede hacer un hombre ante cualquier requerimiento. Y su gobernante, su guía, su superior, le ordena modelar una estatua de nieve, puesta al servicio de la aniquilación, que sea como una caricatura de sí misma y termine por desaparecer de la tierra”. Ruskin señala con acierto la escasa visión a largo plazo del hombre de estado. Por ello la cultura, las artes, “lo que queda cuando todo lo demás se olvida”, como definía Plutarco, nunca constituyen una prioridad en la política.
Miguel Ángel accedió a realizar el encargo. Quién sabe si se enfureció ante tan extravagante propuesta o, tal vez, le agradó el juego de intentar sobreponerse a la Naturaleza, a la que siempre menospreció con sus manos y su obra. La escultura era apenas una huella, pálida memoria escueta, sólo dos días después de su presentación en sociedad. Siete meses más tarde, Piero II de Medici es expulsado de Florencia, incapaz de afrontar el envite de las tropas de Carlos VIII de Francia, y tres meses más tarde aún todos los miembros de la familia Medici se ven obligados a abandonar la ciudad, acatando la damnatio decretada por la impávida grafía de la nieve.
En la navidad de 1493 Piero II de Medici fantasea en su palacio con la posibilidad de desafiar a la escritura de la nieve. Es deber de los príncipes contrariar los dictados de los dioses, y es ese deber cumplido el signo indicativo de la mortalidad egregia. Nieva sobre Florencia. Piero tiene veintidós años y responde al título de Señor de Florencia desde los veintiuno, aunque su autoridad –escasa– es discutida. El hijo mayor del Magnífico Lorenzo contempla desde la ventana la inusual nevada que asfixia la belleza del patio palaciego. En su indolencia se aburre; no sabe aún que en pocos años habrá de perecer, como aliado del invasor que previamente lo expulsará de la ciudad reinstaurando con ello la República.
Piero piensa en una fiesta, otro espectáculo que acredite su grandeza. En su desatada hybris trama una velada insolentemente excepcional: manda llamar a Miguel Ángel por primera vez a su palacio desde la muerte de Lorenzo, protector señalado del artista, y le encarga que realice una escultura con la nieve acumulada en el patio del palacio, una escultura efímera que iluminará su fiesta. Miguel Ángel tiene diecinueve años, un desproporcionado orgullo y una fama incipiente. Lo que Piero le plantea a Miguel Ángel es el duelo del arte contra el tiempo, de la voluntad inconstante contra la inmutabilidad del sacro lenguaje escriturario. El duelo del hombre contra Dios.
Cuando John Ruskin rememora este episodio, lo lamenta desde una atalaya eminentemente práctica. Traduzco directamente de su Economy of Art (1857): “Muchos de ustedes, tal vez, recuerden que Pietro di Medici encargó en cierta ocasión a Miguel Ángel que modelara una estatua de nieve, y que cumpliera taxativamente el encargo. Debo estar agradecido, y todos tenemos motivo para estarlo, de que le acometiera semejante antojo al indigno príncipe, y ello por el siguiente motivo: Pietro di Medici dio muestra, en un momento específico dentro de una gran época con decidida primacía de las artes, del más perfecto, certero y profundo error que las naciones y los príncipes pueden cometer respecto a los genios confiados a su dirección. Observemos; tenemos aquí al mayor de los genios sujeto a la más estricta obediencia, capaz de demostrar una férrea independencia y sometido, sin embargo, a los deseos de su superior; al mismo tiempo, al más realizado y original de los artistas, capaz de hacer tanto cuanto puede hacer un hombre ante cualquier requerimiento. Y su gobernante, su guía, su superior, le ordena modelar una estatua de nieve, puesta al servicio de la aniquilación, que sea como una caricatura de sí misma y termine por desaparecer de la tierra”. Ruskin señala con acierto la escasa visión a largo plazo del hombre de estado. Por ello la cultura, las artes, “lo que queda cuando todo lo demás se olvida”, como definía Plutarco, nunca constituyen una prioridad en la política.
Miguel Ángel accedió a realizar el encargo. Quién sabe si se enfureció ante tan extravagante propuesta o, tal vez, le agradó el juego de intentar sobreponerse a la Naturaleza, a la que siempre menospreció con sus manos y su obra. La escultura era apenas una huella, pálida memoria escueta, sólo dos días después de su presentación en sociedad. Siete meses más tarde, Piero II de Medici es expulsado de Florencia, incapaz de afrontar el envite de las tropas de Carlos VIII de Francia, y tres meses más tarde aún todos los miembros de la familia Medici se ven obligados a abandonar la ciudad, acatando la damnatio decretada por la impávida grafía de la nieve.
16 comentarios:
Hermosa, como todas las historias fabricadas por la insolencia y la desmesura. El arte es su némesis secreta, la violencia restauradora de los dioses que escriben en la nieve.
Beso sin damnatio
Otro bonito regalo de Navidad... Gracias, Ana. La nieve también suena al desvanecerse. ¿Tú habrás oído esa música, no?
Mi adorado elperdedor: El arte como némesis... es cierto, como revuelta susurrada ante el rótulo del pórtico infernal. El arte, también, como un beso de carne inacabado en la piedra de la estricta normativa divina.
Beso con memoria.
***
Mi Antonio: Sí, la música blanca de las hojas, de algunas palabras. Gracias por la tuya. Un beso.
Yo, otro año más, me pregunto con el viejo gamberro Villon "¿dónde están las nieves de antaño...?"
Precioso texto, otra vez. Un beso.
Y las damas. Y los caballeros :-))
El viejo amigo Villon, qué buena referencia siempre.
Beso felino y navideño, mi queridísimo Juan Manuel.
Qué osadía la del niño..., nada que ver con el padre, que se conformó con intentar enmendarle la plana a la mismísima Capilla Sixtina con el Spedaletto. Que el fuego haya acabado con ella en los siglos que siguieron al decimoquinto dice menos del furor del tiempo que de la ironía futurista de Lorenzo: era pura "justicia poética" que lo único que quedaba en 1901 en pie de ese edificio era..., precisamente la chimenea de la cocina.
Besos
El fuego que purifica, querido Jorgewic... :-))
Beso grande.
¿Una escultura de nieve? Supongo que es como escribir un libro que nadie va a leer, o pintar un cuadro que nunca ha de ser visto. En ese caso sí que podría hablarse con propiedad de "el arte por el arte".
¡Feliz Navidad, Ana!
Me gustó lo que leí,aunque no sé si es igual como lo entiendo...
Mi querido C.C.Buxter: A veces las pasiones inútiles son las más intensas...
Beso de navidad para ti y feliz año nuevo también.
***
Amigo zeta: Entre la lectura y el entendimiento queda quizá espacio para el acto de la nieve.
Un beso.
La figura de nieve se me antoja como uno de esos mandalas que son destruídos para mostrar la impermanencia de las cosas. Me parece interesante la idea, tanto para el artista como para el espectador que contempla la obra: cómo puede variar nuestra experiencia al saber que cada segundo que pasa la obra se va consumiendo inexorablemente (normalmente es al revés, la obra, imperecedera -o casi-, observa como los que nos consumimos somos nosotros. Acaso por una vez, seamos nosotros la obra y la escultura el espectador mortal). Qué diferente sería la experiencia de leer un libro si supiéramos que, conforme vamos avanzando entre los renglones, estos van desapareciendo y no hay manera de volver atrás, en una lectura sin posibilidad de relecturas.
Gracias por la dulzura, Ana.
Un beso.
Una escultura de nieve es como quemar las naves. No hay presión, nadie te recordará por ello, nadie podrá esgrimirla en tu contra (ni a tu favor) así que no hay más que libertad para crearla. ¿Sobreviviría el arte sin ego?
Un texto estupendo Ana: en Madrid hace mucho que la nieve no escribe ni una sola palabra.
Besotes, guapa.
Mi muy querido Nuncio: Un libro cuyos renglones se desdibujan conforme se avanza en la lectura... Toda una pesadilla borgiana. Lo efímero y el monumento ('moneo', permanecer) encarnan un oxímoron perverso.
Dulce es siempre tu visita. Beso.
***
Preciosa Leo: Un arte absolutamente libre... No sé. Me cuesta imaginarlo. El fin no sólo "coronat opus" sino que determina la obra.
En Madrid todo es extraño últimamente...
Beso grande y con calor.
Ana, esta tarde en una cafetería de Castrourdiales leí El Diario Montañés. En una columna te citaban. Es terrible porque volví a la firma, para retenerla, pero a estas alturas de la película (cinco de la mañana y variadas ingestas) soy incapaz. El caso es que mencionaban a José Hierro. Yo te busqué entre las páginas, pero no te encontré. Bueno, un poco sí. Me hizo ilusión, también venir a contártelo.
Mi querida u: ¡En Castro! Qué cerca. Sí, el que me menciona ya se lleva su respuesta, que he publicado en mi blog Los Panes y los Peces y que saldrá mañana en El Diario Montañés.
Beso, a estas horas en que duermes con seguridad...
Igualmente para usted,Será que esa frase me evoca tantos significados que me desorienta tanto...Bueno,lo repito: feliz año y suerte y exitos para usted en el siguiente año,adiós.Gracias por el beso.
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