lunes, 3 de diciembre de 2007

PALCO VACÍO

El amor es una muñeca rota. Ayer vi sus piernas, sus brazos, su cuerpo, desparramados en un escenario grotesco. Y su cabeza en una de las manos del amante; en la otra, los anteojos cegadores de la poesía.
Ernst Theodor Amadeus Hoffmann se entregaba con frecuencia a sustancias sedantes o alucinógenas –morfina, mescalina, alcohol– para aliviar el dolor que le procuraban la progresiva parálisis que había de acabar prematuramente con su vida, a la par que los siniestros tratamientos médicos decimonónicos que en vano buscaban la reanimación de su atrofiada musculación con planchas al rojo vivo. Hoffmann era un melancólico, también un arrebatado, un apasionado, un loco como su propio alter ego, Kreisler, aquel literario inspirador de la diabólica página pianística que Schumann dedicó a su Clara con palabras inquietantes: “Toca mi Kreisleriana a menudo. En algunos movimientos hay ciertamente un amor salvaje, y tu vida y la mía, y cómo eres”.
Por su dolor, por su alucinación, por su pasión, por su tristeza, Hoffmann tuvo esa visión precisa del amor que, salvaje las más de las veces, se despieza esperpénticamente como sólo se despieza un cuerpo autómata presa de salvaje entrega, un cuerpo sin sentido más allá de la ceguera del cálamo poético. Porque el amor es una Olympia rota que vive en un poema y en el siguiente muere, en ese pestañeo que es el paso de una página, el vampírico rasgueo de la pluma en un papel. Ya Hermann Broch nos advirtió contra la poesía como puente hacia la muerte. Coppelius vende poemas como lentes asesinos, anteojos encantados que transforman los despojos desmembrados del amor en los dones exquisitos de una mujer bella, la máscara que, absurda y fragmentada, ha de morir.
Como a Broch cuando aguardaba el digno centro inexistente de la civilización -de Europa-, a Hoffmann se le quedó “el palco vacío” en la espera de un amor como digno centro inexistente de la vida, un amor que fuera todos y el mismo y veraz; un amor que fuera mujer y sobrenatural como una oscura Ligeia, un amor que fuera hombre como un Ganimedes que escancia precisa la bebida, un amor que fuera monstruo como sólo un poema puede serlo… y que sólo en monstruo, desvencijado autómata, se le quedó entre sus cuartillas.
Mientras la Olympia de Hoffmann muere en escena al compás de las notas de Offenbach, se desatan las risas sórdidas del público. El poeta abandona la sala con su ficción quebrada entre las manos. El palco sigue, otra noche más, vacío.

10 comentarios:

uminuscula dijo...

Ana, gUapa

leo dijo...

La poesía como puente hacia la muerte... El amor es una muñeca rota... poemas como lentes asesinos... el palco sigue vacío...
Frases como cuchilladas, Ana.
Genial, como siempre.
Besotes, guapa.

Anónimo dijo...

Querida u: BienvenUe :-)

***

Preciosa Leo: Y entre los filos, tus ojos, como una rosa blanca. Un beso.

NUNCIO TAMALLANGOS dijo...

Querida Ana,

Siempre se me hace difícil hablar después de ti. Creo que sólo un silencio prolongado se acerca a lo que soy incapaz de convertir en palabras. Aún así, sí que me atrevo a decirte que con tu texto de hoy, hablando del dolor de Hoffman, de la poesía como puente hacia la muerte, del amor salvaje, me ha venido a la mente un poema de Idea Vilariño que me encanta, titulado Si muriera esta noche, y que en su parte final dice “[..] y la luz ya no fuera un haz de espadas / y el aire ya no fuera un haz de espadas / y el dolor de los otros y el amor y vivir / y todo ya no fuera un haz de espadas / y acabara conmigo / para mí / para siempre / y que ya no doliera / y que ya no doliera”.

Un abrazo agradecido y mudo.

JML dijo...

Mi querida Ana:

Siempre la herida, el poema, su oscuridad sangrante, el filo de la mirada que lo atraviesa, el cáliz que recoge el fluido que mana del costado. Saber que no hay más muerte que hablar de la muerte. Luego todo se calla cuando alguien deja de tocar tu música y el último en salir apaga las luces. No hay más palco vacío que esa mirada tuya que se queda buscando.

Un beso con las luces apagadas

Anónimo dijo...

Mi querido Nuncio: Qué bien refleja ese poema que citas la idea del amor salvaje, la posesión que descoyunta el alma, que desviste la esperanza. Sí, de eso me apetecía hablar, del amor que la palabra ensalza y la palabra mata, de la maltratada carne del amor. Oficio de poetas. Alumbrar y aniquilar es tan sencillo. Qué hacer después con los pedazos.
Un beso por tu dulce visita.

***

Mi querido Elperdedor: Claro que el palco vacío son los propios ojos. Para Broch también lo eran, cansado de esperar cuando se le desmoronaba el mundo, y le ocurrió varias veces. Qué distintos Broch y su Virgilio, siendo el mismo. O no tanto. Somos víctimas de nuestra máscara (entre una máscara y una canción no hay demasiada diferencia), nuestro personaje nos suplanta, se adueña de nosotros y en cierto modo nos mata. Todo muy griego, ya lo sé, pero a estas alturas carece de sentido cantar la palinodia de las herencias asumidas. La civilización occidental es un gran réquiem, es un descensus averni que nos fustiga y a la vez nos da coraje. Nuestro particular teatro se nutre de la misma savia. Y el elenco de dramatis personae es idéntico esté o no el aforo lleno. Beso y reverencia.

Juan Manuel Macías dijo...

Un texto genial, de una precisión envidiable. Lo guardo como oro en paño en mi disco duro (disculpa los lugares comunes). En especial, por el último párrafo, que es esencialmente música... Ay, el amor, como "el viento que en el monte embiste a las encinas". Besos emocionados y gracias.

Anónimo dijo...

Mi admirado Juan Manuel: Ese viento, esos árboles. Esa hojarasca y su crujido: la música de la devastación.
Un beso agradecido en tu emoción.

Luis López dijo...

Muñecos rotos. Espero que te guste. Saludos.

http://es.youtube.com/watch?v=8DArvF4H7SM

Anónimo dijo...

Qué buenos, Radiohead. Y el vídeo... realmente impactante. Gracias y un beso.