domingo, 20 de enero de 2008

BLANCO Y NEGRO

Los confines son previsibles, calculables, numéricos, también capciosos, como una estadística, que encierra en sus fórmulas el error y su envés –algo parecido a la posibilidad de que exista la verdad, y sobre todo de que sea mensurable–. El paisaje que se abarca con la vista bien puede ser un tablero de ocho por ocho, una prosecución de casillas en blanco y negro, como ojos abiertos y cerrados que se alternan. El tablero es un enigma no resuelto, una cortina entreabierta: de no haber verja palpable, las casillas podrían ser no sesenta y cuatro, sino ochenta y una o cien o ciento veintidós o un múltiplo simplemente impronunciable, como la cantidad de grano que obtuviera Sissa de su rey. El tablero es un pedazo infinitesimal del mundo, es un destello fractal de una sucesión que podría ser interminable –nunca eterna–, es una pesadilla que Escher se apresura a destruir derribando los límites y transformándolos en pájaros, castillos, figuras mitológicas que se pierden en el no dejar de ser.
Por esa utopía inacabadamente misteriosa que aun siendo no acaba de hallar su lugar, el número es la muerte y el tablero su emisario más perverso. El tablero es la escala del amante que con peldaños contados piensa alcanzar en breve el rostro amado y en cambio ve cómo a un solo paso se aleja su gesto cuando interviene la guadaña aleatoria de la Dama. El tablero es la promesa de un combate perdido de antemano. Lo sabía Jorge Manrique al poner su vida en él. Lo sabrá más tarde el hidalgo Antonius Blok al jugar su primera y última partida de ajedrez. Lo supo antes que ambos el Rey Sabio: su postrer libro, escrito poco antes de morir, fue el Libro del axedrez et tablas… Quizá incluso ya pensaba en ello el césar cuando dijo “la muerte está echada”; siempre he creído que la confusión convencional de la m por la s no puede ser más que el apócrifo de un fascinante escriba usurpador…
Según Hegel, el hombre es el animal que reúne en sí las cualidades de la muerte y la palabra. Die Fähigkeit des Todes… La muerte decretada por los números evita la adquisición de reflejos condicionados en el hombre (es decir: la indiferencia ante lo que no es preciso adivinar) con la ficción cruel del tablero y su taimada cháchara. En ese diálogo –albus nigro lupus– el jugador (el prisionero, le llamaría Omar Khayyam) ensaya estrategias, aperturas, defensas invariablemente reiteradas. El final de la conversación es de todos conocido.

17 comentarios:

JML dijo...

Mi querida Ana:

Me haces volver al ya lejano lugar donde “dos colores se odian” [http://eldiaenqueseacabalacancion.blogspot.com/2007/08/dos-colores-se-odian.html]. Allí pisé el tablero sin muerte, jugando una partida inmaculada. Tal vez gané, ya no me acuerdo. De ser así aquella fue una victoria pírrica. Te leo y regreso ahora al tablero. Tu texto es el enigma desvelado de mi ausencia en la batalla…

Beso de peón negro

rubén dijo...

"He visto, ayer, a un alfarero sentado ante su torno./ Modelaba las asas y los flancos de sus urnas./ Amasaba cráneos de sultanes / y manos de mendigos."

Anónimo dijo...

Mi admirado elperdedor: Pírricas son siempre las victorias que se precien... sobremanera las más inmaculadas.
He recordado aquellos dos colores de tu casa, las partidas duchampianas sin palabras. En realidad es el tablero con sus días y sus noches, como decía Borges (copiando a Omar Khayyam), quien se encarga de la conversación. Los jugadores están ausentes tantas veces: nuestra suerte se resuelve casi siempre por la espalda...
Beso desde mi torre.

***
Mi muy querido Rubén: Gracias por tu Omar y su cósmico alfarero.
Un beso entornado.

leo dijo...

El ajedrez y la muerte. O el ajedrez y la vida, que viene a ser lo mismo. La misma atracción y repulsión.
Quizá, ya que es muy cierto eso que dices de que "nuestra suerte se resuelve casi siempre por la espalda", quizá merezca la pena retar a la gravedad y ser un poquito más livianos. Y disfrutar en cada escaque.
Besos mil. Feliz lunes.

NUNCIO TAMALLANGOS dijo...

Al igual que me sucedió con el texto de elperdedor, tu texto me traslada a una época en la que no supe ser un buen jugador de ajedrez. Fueron unos tiempos de desengaños: el ajedrez romántico que daba partidas “inmortales” (o “siemprevivas”) ya hacía demasiado que había dejado de existir; ahora los maestros ya no se abandonaban a la improvisación, prefiriendo la eficacia del estudio y memorización de variantes interminables… Como siempre me sucede, el darme cuenta que por mucho (o poco) que aprendía, cada vez era mayor el camino que me quedaba por recorrer, me hizo desistir, sin prisas, de mi empeño: esperé pacientemente a que el destino me brindara una buena excusa y me aparté sin ruidos de los trebejos.

Aún conservo los libros, que hacen las veces de álbumes de recuerdos, con la irreal esperanza de, quién sabe cuando, retomar mi afición perdida. Eso, si en algo me conozco, nunca sucederá. Sólo espero que los peones, sean menos vengativos que mi piano, y no he incendien la casa… ;-)

Gracias por tu texto-magdalena.
Un beso con gambito.

zeta dijo...

Yo antes era aficionado al ajedrez,me parecía un modelo minúsculo del bien y el mal,ambos mezclados.Disfruté mucho cuando lo dejé,justo cuando me sentía encasillado por ambas cosas.En fin,como siempre quedo encantado con sus textos,son como para ser admirados.Gracias por hacerlos,suerte por allá.Adiós.

Anónimo dijo...

Hermosa Leo: Sí, el ajedrez es esa danza macabra del blanco y el negro, del silencio y lo que queda por callar. Una zarabanda moribunda que, como todo baile, tiene su seducción irremediable, y a la que es mejor acudir como Aquiles, ligero de tacón y dispuesto a la huida...
Un beso "lunático" :-)

***
Amado Nuncio: La improvisación es una dama empolvada y añosa. Mantiene su encanto tan sólo en la lejanía: en las distancias cortas los afeites la delatan y tan sólo la poesía se apiada de ella.
El entrenamiento con un ordenador o con fórmulas fijas conduce al control absoluto del juego y de sus visos de posible barbarie. De esos modos no cabe esperar más fuego que el del aburrimiento.
Beso con enroque.

***
Querido amigo Zeta: El placer del abandono. Ese extraño regodeo en los muñones que, a veces, a todos nos aqueja.
Un beso siempre encantado de leerle.

Luis López dijo...

Leyendo tu texto me ha venido a la cabeza una de las grandes obras de Ingmar Bergman, “El séptimo sello”. Concretamente la secuencia, que seguro recordaras, de la partida de ajedrez donde naturalmente a la muerte le toca jugar con negras. Una gran metáfora para disuadir, esconder y explicar un juego profundo, tan intenso como lo es tu artículo. Gracias.

Anónimo dijo...

Querido Luis: Ahí está Bergman y su Sello, encubierto en la persona del hidalgo Antonius Blok...
Un gran beso.

uminuscula dijo...

Siempre he querido saber las diferencias exactas entre estrategia y táctica.

Mientras tanto, vivo en Zugzwang...

Francisco Sianes dijo...

Ana,

Borges, que no ignoraba el vértigo del tablero, comprendió sin embargo que hay destinos más aciagos que aquel donde "el jugador es prisionero de negras noches y de blancos días". En esa cárcel hay al menos el consuelo de un orden. No en ese otro laberinto caótico e incesante de Zenón de Elea en el que quiso morir Erik Lönnrot y donde se pierden nuestras vidas.

Ordenado o caótico, en el imposible centro de todo laberinto aguarda el Minotauro, mientras fingimos -acaso sin errar- que el hilo de la (de tu) poesía puede salvarnos.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

Mi querida u: Se supone que la táctica es cosa de hombres precavidos y la estrategia la postura valiente de quienes están metidos eun un lío hasta las patas. No sé si con esto despejo tus dudas.
Y en zugzwang estamos todos, no creas... Pero siempre cabe salirse del tablero para evitarnos la catástrofe.
Un gran beso.

***

Mi Francisco: El orden, sí. La leontina elegante y precisa de la muerte.
Quizá el Minotauro es un animal que tiembla y se deshila, como aquel hombre, que somos todos, de Penderecki. El Minotauro –la poesía– está en el centro del laberinto, y sus palabras son de azogue. La bestia, la poesía y el espejo son la misma cosa. Y tú y yo...
Un beso de Ariadna.

uminuscula dijo...

mUa
(te coloque bien arriba en el lugar)

Juan Manuel Macías dijo...

Llevo una semana gótica, sin tiempo a detenerme. Por fin los dioses me dejan hacerte una visita... ¡Pero qué texto más bueno!. Y eso que no soporto el ajedrez ni su mitología. Soy más del futbolín :)

Un beso negro sobre blanco.

Anónimo dijo...

Mi querido Juan Manuel: Eso -lo del futbolín- tendrás que demostrarlo. Res non verba...
Basia plurima.

Morgenrot dijo...

El tablero es nuestro entorno; nosotros, los humanos, las figuras, cada una tiene su punto de partida y sus movimientos.

Jugamos según sabemos y podemos, con la inquietud de tener que pensar el próximo paso, de forma que no disfrutamos pues estamos envueltos en el devenir.
Desconocemos nuestro final, aunque a veces se ve venir.

Mientras , en el descanso de un movimiento a otro, podemos escribir o leer un buen blog...

Anónimo dijo...

Desde luego, querida amiga: yo me paseo regularmente por el tuyo.
Un beso.