Me pide alguien que le recomiende un libro de “uno de los grandes”: Yasunari Kawabata. Kawabata el esteta, el solitario, el maestro de generaciones, el generoso deudor del Genji Monogatari. Por no caer en la ya obvia y consagrada Lo bello y lo triste ni en la tal vez excesivamente temprana y fresca País de nieve, creo que Mil grullas exhibe destellos de la que será la obra más definitiva, hermosa y fascinante de su autor: La casa de las bellas durmientes.
Entre País de nieve y Mil grullas media una diferencia temporal importante, una veintena larga de años que refuerza la elegancia en la reutilización de determinados recursos y a la vez la diferencia en el planteamiento de una historia. Menciono recursos reutilizados y no me refiero a una reincidencia vulgar, sino a una seña de identidad del escritor de Osaka: la maestría en el empleo de la transparencia, de lo sugerido, de lo nunca consumado; un recurso que llegará a su culmen en La casa de las bellas durmientes, donde los protagonistas son la oscuridad, el sueño y el deseo: tres intangibles sublimes. En el caso de Mil grullas me parece importante destacar su excepción con respecto al modo de narrar habitual de Kawabata. Y es que el gran artesano del silencio nos presenta en esta ocasión una novela sustentada en los recodos –en las inflexiones y las sombras, ese concepto tan intrínsecamente japonés– de un diálogo incesante que ocupa toda su extensión; extraña cosa. O no tanto, tal vez, si pensamos que Mil grullas nació en un comienzo como serial publicado por entregas en la prensa, entre los años 1949 y 1951.
Parece que Mil grullas, en cuanto título, debiera dar la clave –la llave etimológica- de acceso a la novela. Mil grullas remite al anhelo de la perfección estética, a lo volátil del deseo, a la presencia de lo irrealizable. Mil grullas hay en el dibujo del pañuelo de una joven que se desliza como una sombra en una sola aparición por la novela, una joven que encarna un ideal que, aun al alcance de la mano, se deja escapar; quizá por demasiado perfecto, por demasiado imposible. Esta es una de las tesis de la novela y, sin embargo, no parece la principal tras la lectura; antes bien, se antoja un contrapunto tan luminoso como efímero. Porque la obra, en realidad, es una historia sobre el negro, sobre lo cruel, sobre el dolor oscuro, sobre el no estar de los que están, sobre la negra porcelana del tiempo y del deseo más tirano. Kawabata, con su deliciosa –¿perversa?– sutilidad, ha dado otra vuelta de tuerca a Tanizaki, y la oscuridad de la que éste predica su sigilosa belleza, se convierte en aquél en ineludible fatum.
La novela comienza con la visión turbadora y un tanto traumática de una gran mancha negra en el pecho de una mujer. La terrible posibilidad de que esa mujer amamante a un niño, modelando y deformando así su primera visión del mundo, gravita tácitamente sobre toda la novela; y de hecho, la contemplación casual de la mancha por parte del protagonista –Kikuji– siendo niño, pesa sobre su propia concepción de la sensualidad a lo largo de todas las páginas de la obra. Esa mancha se extiende como un designio funesto sobre el comportamiento no sólo de Kikuji, sino del resto de personajes de la historia, incapaces de sobreponerse a la perfidia venenosa que la oscura marca representa.
La misma perfidia se agazapa en los negros tazones de té, testigos mudos del tiempo y de las silentes filigranas amorosas prendidas en los labios de quienes en ellos bebieron. Los tazones están por encima de la muerte, del erotismo y de la vida. Kikuji lo vislumbra hacia el final de la novela: “La vida de mi padre fue sólo una pequeña parte de la vida de un tazón de té”.
La negrura de la laca o de la piel, frente al resplandor iridiscente e irreal del inasible pañuelo de las grullas, sirve de metáfora exquisita a Kawabata para hablar no tanto de la muerte como de los desvanes del mundo, de las sombras que presiden la existencia. Una reflexión serena e inquietante como la serena e inquietante lucidez de una flor recién cortada.
Entre País de nieve y Mil grullas media una diferencia temporal importante, una veintena larga de años que refuerza la elegancia en la reutilización de determinados recursos y a la vez la diferencia en el planteamiento de una historia. Menciono recursos reutilizados y no me refiero a una reincidencia vulgar, sino a una seña de identidad del escritor de Osaka: la maestría en el empleo de la transparencia, de lo sugerido, de lo nunca consumado; un recurso que llegará a su culmen en La casa de las bellas durmientes, donde los protagonistas son la oscuridad, el sueño y el deseo: tres intangibles sublimes. En el caso de Mil grullas me parece importante destacar su excepción con respecto al modo de narrar habitual de Kawabata. Y es que el gran artesano del silencio nos presenta en esta ocasión una novela sustentada en los recodos –en las inflexiones y las sombras, ese concepto tan intrínsecamente japonés– de un diálogo incesante que ocupa toda su extensión; extraña cosa. O no tanto, tal vez, si pensamos que Mil grullas nació en un comienzo como serial publicado por entregas en la prensa, entre los años 1949 y 1951.
Parece que Mil grullas, en cuanto título, debiera dar la clave –la llave etimológica- de acceso a la novela. Mil grullas remite al anhelo de la perfección estética, a lo volátil del deseo, a la presencia de lo irrealizable. Mil grullas hay en el dibujo del pañuelo de una joven que se desliza como una sombra en una sola aparición por la novela, una joven que encarna un ideal que, aun al alcance de la mano, se deja escapar; quizá por demasiado perfecto, por demasiado imposible. Esta es una de las tesis de la novela y, sin embargo, no parece la principal tras la lectura; antes bien, se antoja un contrapunto tan luminoso como efímero. Porque la obra, en realidad, es una historia sobre el negro, sobre lo cruel, sobre el dolor oscuro, sobre el no estar de los que están, sobre la negra porcelana del tiempo y del deseo más tirano. Kawabata, con su deliciosa –¿perversa?– sutilidad, ha dado otra vuelta de tuerca a Tanizaki, y la oscuridad de la que éste predica su sigilosa belleza, se convierte en aquél en ineludible fatum.
La novela comienza con la visión turbadora y un tanto traumática de una gran mancha negra en el pecho de una mujer. La terrible posibilidad de que esa mujer amamante a un niño, modelando y deformando así su primera visión del mundo, gravita tácitamente sobre toda la novela; y de hecho, la contemplación casual de la mancha por parte del protagonista –Kikuji– siendo niño, pesa sobre su propia concepción de la sensualidad a lo largo de todas las páginas de la obra. Esa mancha se extiende como un designio funesto sobre el comportamiento no sólo de Kikuji, sino del resto de personajes de la historia, incapaces de sobreponerse a la perfidia venenosa que la oscura marca representa.
La misma perfidia se agazapa en los negros tazones de té, testigos mudos del tiempo y de las silentes filigranas amorosas prendidas en los labios de quienes en ellos bebieron. Los tazones están por encima de la muerte, del erotismo y de la vida. Kikuji lo vislumbra hacia el final de la novela: “La vida de mi padre fue sólo una pequeña parte de la vida de un tazón de té”.
La negrura de la laca o de la piel, frente al resplandor iridiscente e irreal del inasible pañuelo de las grullas, sirve de metáfora exquisita a Kawabata para hablar no tanto de la muerte como de los desvanes del mundo, de las sombras que presiden la existencia. Una reflexión serena e inquietante como la serena e inquietante lucidez de una flor recién cortada.
22 comentarios:
Leí "Lo Bello y lo Triste" hace un par de años y me cautivó. Desde entonces me he ido interesando por Kawabata cada vez más, aunque aún no he tropezado con "Mil Grullas".
No me gusta dar coba, pero gracias y felicidades por todos tus blogs.
Querido Bardamu: Puedes encontrar Mil Grullas en esa excelente editorial que es Emecé.
Gracias a ti por tus visitas y comentarios.
Un abrazo.
Yo también leí "Lo Bello y lo Triste" y me cautivó también. Suerte que me liberó del cautiverio lo feo y lo alegre.
Kawabata me llegó, como tantas cosas, de tu mano. Leí "Pais de nieve" y allí dentro encontré lo suficiente como para desear más. Ahora, tras dos meses de espera, he recibido "La casa de las bellas durmientes" y estoy ilusionado y deseoso de comenzarla como hacía tiempo que no me pasaba, así que esta entrada tuya y conocer "Mil grullas" me ponen una sonrisa de ilusión y agradecimiento.
Un beso (y no me faltes nunca).
Enrique V
Hola, Ana:
Otro más "pa la saca". Madre mía... Siempre salgo de tu casa con la sensación de que el tiempo es poco para tanto menester. Espoleada, vaya. Gracias por la agitación.
Besos
Mi querido Antonio: Con lo feo y lo alegre, ¿te refieres a los avatares que narras en el cuentecillo de la princesa Mano?
:-)
Malvado... Un beso.
***
Mi amado Enrique V: Querrás quedarte a dormir en la casa de las Bellas, seguro... Después deberías visitar a Tanizaki: el Elogio de la Sombra y Hay Quien Prefiere las Ortigas.
Un beso entre oriente y occidente, pero siempre a tu lado.
***
Hermosa Leo: En Oriente están acostumbrados a esperar :-) Cuando llegues serás bien recibida.
Me alegra "removerte". Un beso grande.
Por llevar la contraria, no he leído "Lo bello y lo triste" y sí "Mil Grullas". Es tan hermoso como la portada de Emecé y como tu entrada.
Querida Ana,
Como siempre al revés de como se tiene que ir, empecé con Kawabata por su correspondencia con Mishima. Y desde entonces, me he perdido por otros caminos. Celebro este post porque me hace recordar la deuda pendiente. Empezaré, sin duda, por esta casa de las bellas durmientes, ya que no se resistirme a una sugerencia tuya.
Gracias, como siempre.
Un beso
Mi queridísimo Nuncio: No es ese mal comienzo, precisamente. Tal vez no te hallas en el envés, sino en el haz de las cosas... Otra forma de mirar al frente.
Te beso, agradecida.
Por la descripción que da es una obra que promete...Tanto que parece irreal...Por lo que seguramente nunca la tendré entre mis manos...Un beso, suerte por allá.
Querido Zeta: Es difícil apresar un vuelo, pero yo le aseguro que puede conseguirse. Un abrazo.
De País de nieve me queda sólo el recuerdo de una imagen maravillosa. Me gusta tanto que la voy a contar en mi blog, un día de estos ;-)
Tengo en espera "Primera nieve en el Monte Fuji", pero me temo que le tocará allá por agosto.
Kawabata es inmenso. Leí primero "La bailarina de Izu" pero aun sin saber japonés hay algo que me incomoda de sus traducciones. ¿te ha pasado lo mismo?
Beso
Querido Ignacio: Tu bitácora es de marcha despaciosa, pero quedo aguardando esa imagen. Quizá la hayamos sentido los dos.
Un beso.
***
Mi querido Cristian: No andas escaso de razón en lo que dices. El japonés, al que me dediqué un fugaz año de mi vida, es difícil de verter al castellano, esencialmente en su sistema verbal, tan distinto del nuestro. En todo caso, la literatura oriental, como el cine, es más una cuestión de atmósferas, y lo importante es percibir su aroma -o que se nos permita hacerlo, al menos-.
Un abrazo y un beso.
Mi querida Ana:
No he leído esa novela de Kawabata, pero sí que he “visitado” La casa de las bellas durmientes, un lugar donde el contacto y la proximidad son un abismo tentado, donde la violencia es una forma de piedad, donde la memoria es una muerte tejida en lo dormido… Atmósfera y no relato, sugerencia, deseo… supongo que cualquier literatura de las llamadas “orientales” es incapaz de liberarse de ese corsé, pero uno no deja de asombrarse al comprobar cómo tales atributos se cumplen en lo bello.
Un beso de porcelana
Hola, Ana. Pues yo leí en otoño precisamente esos dos que decides no comentar, País de nieve y Lo bello y lo triste, y me re gustaron. Los leí seguidos, a veces hago eso, varios seguidos de un autor. Me apetecen mucho las durmientes, sobre todo, aunque ahora que mencionas las grullas, pues no sé...
Un beso, espero que estés bien. Si necesitas baldosas de lluvia, ya sabes donde ando. mua.
Mi querido Elperdedor: En esa Casa de las Bellas Durmientes yo aprendí la atmósfera y la oscuridad; dos talismanes con los que camino a tientas por la vida...
Acojo esa porcelana entre mis manos.
***
Querida u: Las Durmientes son indispensables, a pesar de que la única edición disponible hoy por hoy es vergonzosa y vergonzante. Pero un viaje con Grullas seguro que te hace bien.
Beso en tu alféizar.
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Mi queridísimo Rubén: Gracias por tus palabras, que me llegan con retraso. Un beso.
Encantadores de serpientes
Para mi sería de sumo interés conocer un escrito suyo, como filósofa que es, acerca de los “encantadores de serpientes”. Aquellos que nos envuelven con palabras dulces y en el momento preciso, aquellos que nos hablan suave, aquellos que conquistan con poemas, con escritos, con cenas y con música, aquellos que en el amor se vuelven unos niños, aquellos que embriagan con el vino y la ternura, aquellos que lloran cuando llega el momento del desencuentro, aquellos que demuestran interés en todo lo que haces, aquellos que el mismo poema lo envían a una y otra, aquellos que nos dicen: “eres la mujer de mi vida”, “no me abandones nunca”, “tú no me puedes dejar porque formo parte de tu vida”, “contigo quiero pasar el resto de mi vida”, “no te olvidaré nunca”. Aquellos que tienen amores aquí y allá, pero: “nunca dejaré a mi mujer”.
Usted, ¿qué enfoque le daría?
Gracias de todo corazón por la respuesta.
Querida amiga anónima (imagino que es “amiga y no “amigo”): Me temo que lo que usted plantea se escapa por completo al contenido de este blog, aparte de que yo no me tengo por filósofa, sino por una mera observadora. En todo caso, por no dejarla sin respuesta, le comentaré brevemente mi opinión acerca de lo que me pregunta, pues breve es por fuerza lo que ha de decirse: tan breve como un “no”. Dejando a un lado la tautología de que toda relación personal no sólo es sumamente compleja, sino que su complejidad puede elevarse a n, es sabido que hay relaciones que no son tales, sino callejones sin salida. Si alguien se implica en eso, debe ser lo suficientemente inmune como para resistirlo, saber cuál es el juego que juega y sentar muy bien las reglas. Si una de las partes no está dispuesta a aceptar esas reglas, o espera del juego un premio que no se va a entregar, lo mejor es suspender la partida.
La especie del “te quiero mucho pero no dejaré a mi mujer” es bastante abundante. Suelen ser señores de cierta edad que están aburridos de su home sweet home. En mi opinión, es una especie que merece escasa atención, porque aunque palabrería no les falta, la conclusión es siempre la misma: son seres egoístas a los que les aterra la separación patrimonial (con p); su mujer, sus hijos, que se la repanfinflan todos ellos, constituyen una mera excusa. Subrayo que si a usted la aventura le causa satisfacción porque no aspira a otras implicaciones, bienvenida sea; pero si la hace sufrir… mándele a tomar por el mismísimo.
Y sobre todo, ¿sabe una cosa? Lo auténticamente nauseoso es que le mande el mismo poema a varias mujeres. La falta de originalidad no tiene perdón posible, amiga. Se puede ser un miserable, pero un miserable sin imaginación… por Diox.
Estimada Ana:
Te ruego entres cuando te sa posible en mi blog. Yo que no tuve palabras para este post titulado "Porcelana Negra", me he atrevido a "concederte" un premio.
Se trata del premio Arte y Pico. Etá todo explicado en mi última entrada.
Tu mereces mucho más,enhorabuena y besos
Your blog keeps getting better and better! Your older articles are not as good as newer ones you have a lot more creativity and originality now keep it up!
Thnks a lot for your comment. I wish I could keep growing. You welcome.
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