Hace no demasiados días regalé este libro a un buen amigo, novelista por más señas, y no negaré que me resultó agradable hallarme en posesión de la capacidad de sorprenderle: él no sólo no había leído el libro, sino que desconocía por completo al autor. Que yo recuerde, Javier Marías menciona un Szentkuthy en uno de sus relatos de los años 90 (En el tiempo indeciso), pero ahí se trata de un futbolista del Real Madrid que muere asesinado por su novia en una infrahistoria bastante trivial. Inexplicablemente, mi amigo no recordaba el nombre ni siquiera por Marías, a pesar de ser buen seguidor de la cosa futbolera. En cambio, después de la lectura de Renacimiento Negro, hizo un análisis fino en su bitácora ("Un tipo raro") y propuso algo muy atinado: la comparación de la prosa del autor húngaro con los recovecos estilísticos (o no tan sólo) de Maurits Cornelis Escher. El apunte me pareció de lo más relevante, porque si yo misma tuviera que poner imagen a las palabras de Szentkuthy, pensaría sin dudar en una de esas construcciones que no son sino laberintos del alma, o bien en alguna de esas evoluciones en grises y negros que se mueven en un espacio sin tiempo (¿o es al revés?), deparando caos, asombro, vértigo y, sin embargo, al final de todo el recorrido, una certeza imbatible, una verdad como la tierra: igual que en Escher, todo es posible si se mira con cuidado a uno y otro lado; todo reposa en nuestras manos, en el blanco de los ojos; la línea recta no es más que una ficción, exceptuando el horizonte; los siglos son un burdo invento de los hombres para desmenuzar la realidad, que es una.
La conciencia de Europa en Szentkuthy es, como en todos los escritores húngaros que hasta ahora conocemos, conciencia del adiós. Pero Szentkuthy, a diferencia de los otros, es descomunal. No sólo por medir casi dos metros, no sólo por su inmensa biblioteca, no sólo por su literatura espectacular, barrocamente inacabable, irreverentemente lúcida. Szentkuthy es enorme por ser todas las voces de Occidente. Szentkuthy es un gran río, el río díscolo de Heráclito estancado de repente: Szentkuthy-río-don-de-Europa.
Si quieren saber lo que es -lo que fue- Europa, olviden las cinco atildadas razones del remilgado Steiner. Escuchen una buena versión (Brüggen, Herreweghe) del Adagio de la Gran Partita del amigo Mozart -no sé por qué, siempre he pensado que es la música que más perfectamente despide a un mundo que se acaba- y empápense bien empapados en las páginas de Miklós Szentkuthy. Mójense y agiten un pañuelo blanco: con estilo, por supuesto.
Magnífica edición y traducción la de Siruela, todo hay que decirlo. Sólo le falta un Escher en portada.
9 comentarios:
Por prejuicio, creo que los escritores centroeropeos son los que más tienen que decirnos.
Aprovecho y copio aquí algo que escribí en otro lado, para compartirlo contigo y tus lectores:
UN DECÁLOGO MÁS
1- Hay que leer a Kapek.
2- Hay que leer a Stanislaw Lem.
-3 Hay que leer a Neruda, pero al de verdad, no tanto a Neftalí Reyes. AL DE VERDAD.
4- Hay que entender que nuestro nuevo mundo por descubrir es centroeuropa y no tanto las américas.
5-Hay que leer a los amantes del mal, y esos ya no son los que se llamaron malditos en su día y hoy están perfectamente establecidos en su hornacina, sino a gente como Ewers, o Papini, irredentos todavía.
6-Hay qie renovar la rebelión y dejar de creer que lo incorrecto de hoy es lo mismo de ayer. Quizás hoy rebelarse sea rezar un rosario, por ejemplo. Quién sabe...
7-Hay que tener algo de asesino, o nuestras letras no perdurarán.
8-Hay que creer. En lo que sea, pero creer. Un escritor sin fe es un auxiliar administrativo.
9- Hay que hablar del ser humano como es, y no como nos gustaría verlo. Hay que dejarse de moralinas, y de deseos prohibidos. Un deseo prohibido de otro tiempo era tener dos esposas. Ahora un deseo prohibido es ser rico y ostentarlo.
10-El lector siempre es más rápido que tú. Tarda una tarde en leer lo que tardaste un año en escribir. No lo busques. ël te alcanzará si quiere.
¿Y quién dice esto?
Yo mismo, carajo. ya está bien de citar a los de siempre
Tu decálogo me tumba. Me rindo. No sé si es que es demasiado pronto para mí y no tengo fuerzas para discrepar, pero parece que lo hubieras escrito empleando una de mis manos, buscando robóticas salamandras impregnado de mandrágora...
(Pregunta al margen: ¿has leído ya El Castillo Alto de Lem?)
Querida Ana
Muy acertada la reseña que has hecho del último libro de Miklós, uno de mis autores preferidos. Ya había reparado que la indicación de A. Gándara sobre la amiga que le regaló el libro debía venir de por aquí... Ya nos conocemos todos, el mundo es un pañuelo, etc., etc.
Esperemos que los de Siruela se animen y metan la directa con este autor, que casi nadie conoce en España. Por mi parte, he puesto un granito de arena abriendo un blog con su nombre, donde tengo intención de ir metiendo cosas, traducciones, fragmentos, comentarios..., todo lo que pueda servir para que nosotros empecemos tambien a hincarle el diente. Te animo a que lo visites, porque ya sabes que se admiten todo tipo de sugerencias.
La dirección es www.szentkuthy.blogspot.com.
Por supuesto, también estás invitada a mis otras páginas relacionadas, que seguro que a una lectora como tú le van a gustar (Jorgewic, Emil Cioran, Francisco Umbral, Olga Orozco, etc.).
Un abrazo.
Mi querido jorgewic:
Bien que me place tu visita. Tus otras bitácoras las conozco, aunque nunca haya intervenido; timiditas semper vincit me. Me decidiré a partir de ahora, y empezaré por añadirte a mis enlaces "imperdibles".
En efecto, estoy de acuerdo contigo en que es importante difundir la obra de este autor, absolutamente fascinante. He visitado tu nuevo blog temático: qué interesante la cantidad de fotografías y textos que incluyes. He estado buscando un artículo que leí en inglés hace algún tiempo para mandarte el enlace, pero no consigo encontrarlo. Sí te adjunto este otro, que tiene algunos fragmentos de Frivolidades y Confesiones:
http://hungarianquarterly.com/no179/3.html
Quizá ya lo conozcas, y por otra parte es bastante limitado, pero por si acaso.
Un fuerte abrazo... et bienvenu.
Querida Ana
Muchas gracias por todo, me alegro de que te guste la idea del blog sobre Szentkuthy. No dudes en mandarme todo lo que veas curioso que encuentres por ahí. Tacita a tacita...
Si conocia el fragmento que me pones en inglés, y lo tengo en francés, porque compré el año pasado la edición de Editorial Phebus de "La confession frivole", un tomazo increíble de 700 paginas en las que Miklós cuenta toda su vida con pelos y señales. Está armado con entrevistas que se le hicieron en los ultimos años de su vida, o sea que es fresquito, fresquito y muy ameno. Es una de las cosas que dejo para disfrutarlas cuando me jubile (lo de poder leermelo entero o incluso traducirlo). Si dominas bien el francés compralo, que no te arrepentirás.
Y nada de timideces, eh. Que, para empezar, somos medio colegas (tambien hice historia, aunque la contemporánea y en la complutense), y para seguir Santander es mi refugio para despues de la batalla.
Un beso
¡Qué gusto ver tanta actividad por aquí! Gracias, Ana, por la pista. A ver si me pongo a ello, porque vistos los efectos, debe de ser una lectura cautivadora, pues los que habéis caído en sus redes parece que estéis en trance.
No es para menos, querido Javier. Por cierto, que ya te dejé un avance en aquel meme de la página 139... Besos.
El Castillo alto lo compré hace un par de semanas y está en lista de espera, más que nada porque tenemos un amigo común que me mata si me pongo ahora con él. Y haría bien.
Aprovecho para recomendarete el autor que más me ha impresionado en los últimos meses, y totalmente desconocido:
Miroslav Krleza, croata, años 30, autor de el retorno de Filip Latinovic. Me está pareciendo una maravilla.
Con esto, por supuesto, no hago sino reafirmarme en que tenemos más que buscar en centroeuropa que en ningún otro lado.
Y sí, aún recuerdo, siempre recordaré a las salamandras.
besoooooooos
Ya me he apuntado a Miroslav Krleza, a quien no conocía, en mi próximo pedido. Veo que está en Minúscula, que va sacando a la luz verdaderas delicias (muchas de ellas centroeuropeas, por cierto): Erwin Kisch, Károly Pap, Annemarie Schwarzenbach...
Gracias siempre. Beso.
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