jueves, 24 de mayo de 2007

MANGANELLI Y SUS CORDONES

Hace algún tiempo, leyendo a Manganelli, me sorprendió la extraordinaria confesión que el italiano transcribía en su A y B: "Si escarbo en mis primeros años, incluso sin tanta necesidad de escarbar, esto recuerdo de mí: que no sabía atarme los cordones de los zapatos. Ahora bien: no sólo no es imposible, sino del todo razonable, suponer que en aquel entonces nació lo que por pura diversión podría llamar la vocación del escritor [...] ¿No sé atarme los cordones de los zapatos? Bien, escribiré libros". En algún lugar del norte conocí a alguien a quien debí atar los cordones en una ocasión, un escritor memorable y memorioso cuyo nombre, por conocido, omito y que me agradeció sobremanera aquel gesto mío de generosidad ante una carencia que le atormentaba constantemente (algo que, por otra parte, no me honra en absoluto: sé de cierto que Isabel Lyon le ataba los cordones cada día a Mark Twain). Esta dificultad parece, entonces, consustancial a una determinada raza de escritores. Jünger (y esto ya no recuerdo si lo leí aquel mismo día en el mismo lugar o probablemente en otro) tampoco sabía, pero por tozudez aprendió a hacerlo. De ahí la diferencia entre la prosa de Jünger y la de Manganelli. Por ejemplo. El italiano hace lazadas imposibles, ensaya nudos, se le deshacen los cordones de la lengua y así ésta se estira, adquiere giros nuevos, imprevistos, sarcásticos, demoledores. Inquietantes. El bufón que es Manganelli inventa juegos de los labios, hace malabares con el hilo de letra del decir, enreda y desenreda el cordón sinuoso de palabras que le atenaza el cuello. Todo por sobrevivir a la acción letal de los tiranos: aquellos que, naturalmente, llevan siempre bien atados los cordones de sus zapatos. Benditos quienes no conocen el arte de los nudos.

9 comentarios:

C.C.Buxter dijo...

Curiosa perspectiva desde la que analizar la literatura... Recuerdo que al comienzo de su libro "Conversaciones con Billy Wilder", Cameron Crowe cuenta cómo le ata los cordones al genial director austríaco antes de entrar en el despacho de éste. Quizá esto pueda explicar en algo los magistrales guiones que escribía junto a I.A.L. Diamond; aunque me parece que, después de todo, lo de atarle los cordones tendría más que ver con los noventa años de Wilder que con una incapacidad natural para hacer nudos...

Anónimo dijo...

Gracias por tu aportación. Desconocía la anécdota, pero no hace sino reafirmarme en lo que apunto. Hace no demasiados días tuve una conversación casual al respecto con un novelista y él también me confesó sus problemas estructurales con los cordones. Algo hay, te lo aseguro... Encantada con tu visita. Un abrazo.

Javier Menéndez Llamazares dijo...

Querida Ana, leyendo tu entretenido y original post, me ha surgido una reflexión acerca de la esencia misma de la literara:
¡Menos mal que se han inventado los mocasines!
(Añadiría el velcro, pero tiene menos encanto)

Anónimo dijo...

El velcro es decididamente horrible (por no hablar de su sonido).
Sugieres un buen eslogan para promocionar los mocasines: "el calzado de los escritores de verdad". Pero por favorrrr: que no sean de pala corta.

JML dijo...

Mi querida amiga:

Viene vd. de un viaje y al parecer regresa inspirada. Trae la prosa atada con lazo y parece un regalo de cumpleaños. No puedo darle o quitarle razones, porque no he tenido aún el placer de leer a Manganelli, pero leyéndola a vd. ya me están entrando las ganas.

No sabía que mi bitácora se pareciera a un desván. Es vd. muy perspicaz… y muy certera; donde pone el ojo pone la palabra. Yo, la verdad, todavía no había reparado en el desaliño de mis telarañas íntimas. Me produce melancolía verlas, una sensación pegajosa que me complace tanto como me repugna; es mi manera de deshacerme los nudos. En cualquier caso, si vd. se siente confortable entre ellas ya sabe que le hago un sitio. Me gustan los encuentros a media luz…

Dice que regresa de un viaje de altísimo voltaje… casi me da miedo preguntarle, no sea que meta los dedos en el enchufe y sufra una descarga. En cualquier caso, si le place, puede contarme el quién y/o el dónde de sus aventuras. Si no lo encuentra oportuno (mi curiosidad, por así decirlo, es puramente intelectual) no se preocupe. Y sepa que siempre es un placer servirle de puerto seguro.

Un saludo agradecido.

Luis López dijo...

Echaba en falta tus reflexiones, gracias por compartirlas.
Conozco a muchos individuos que no saben atarse los cordones debido a una incompetencia motriz para coordinar sus movimientos, al contrario que Manganelli son torpes en el aspecto psíquico, pero no por ello carecen de emociones, muchas veces más desarrolladas que el resto de los ciudadanos.
Atarse los cordones crea dependencia y, en cierto sentido, esa dependencia puede producir un acercamiento que, muchas veces (aunque no sepan escribir), es interesante, tan interesante como tu "post".

Anónimo dijo...

Es cierto que he estado un poco perezosa, también un poco ausente... Gracias siempre por tu visita, Luis.

Filisteum dijo...

Y aún así, prefiero a Jünger.

:-))

Creo que hoy en día la transgresión, tan cara a los escritores de siempre, es precisamente opinar esto.

Besos

Anónimo dijo...

Hombre, a mí Manganelli me cae mejor, pero hay que admitir a Jünger en el club; sus Diarios son enormes, y de algún modo explican qué hacemos aquí.
En todo caso, comparto tu postura respecto a la ausencia de determinadas posturas, más propias de la literhartura que de la literatura.
Besos dominicales para ti.