lunes, 1 de octubre de 2007

EL ESPEJO DE EDIPO

Cada cierto tiempo, por vaivenes personales, me gusta sumergirme en el exceso literario; demasiadas lecturas combinadas, demasiado extravagantes, alambicadas todas ellas. Es mi manera silenciosa de enterrarme, de lograr aquello que con énfasis solicitaba Baudelaire: “No importa dónde, no importa dónde, con tal de que sea fuera de este mundo”. Tras el periplo dantesco y secreto es precisa la purificación, retirarse las algas de los brazos, volver a la limpieza, al reencuentro con algo que se parezca a la verdad, que en la literatura y en la vida por igual tiene que ver, más o menos, con una cierta manera de mirarse en el azogue: de frente, sin recelos ni aspavientos, preparados para el paisaje volcánico que con frecuencia nos espera al otro lado.
Como es sabido –aunque creo que nunca nadie lo ha escrito hasta ahora– Sófocles es el inventor del espejo y del género policiaco. Al mismo tiempo. Dejando a un lado la saturación formal de sus colegas Esquilo y Eurípides –tan denso y simbólico el primero, tan dogmático el segundo–, e incluso el hecho de que Sófocles suponga un remanso en la pirotecnia del estilo, un descanso en la acrobacia verbal para entregarse a la cabriola intelectual, el trágico de Colono no sólo encarna la perfección de la tragedia –así lo sentenció Aristóteles y lo sentenciaría cualquiera con dos dedos de frente– sino que perfila con perfección idéntica la búsqueda interior del hombre, más allá del auxilio de la sinrazón –o sea, el mito– por primera vez. Edipo, el de los pies hinchados, una suerte de antihéroe limitado por su historia y por su físico, recorrerá un tortuoso y agotador camino para llegar a su espejo particular: el que Sófocles le concede como método de conocimiento y que a su vez nos regala para secular tortura del género humano. “Par delicatesse j’ai perdu ma vie”, decía Rimbaud… Nada más cierto. Por la delicadeza de un reflejo se pierde la vida.
A diferencia de los charlatanes múltiples de la contemporaneidad, que cifran su máxima inquietud en la prospección del futuro, Edipo tenía bien claro que la reconstrucción de uno mismo guarda parentesco con las sombras que se portan a la espalda. El hombre –el caminante, diría Nietzsche– con su sombra conforma en sí un espejo y su reflejo, un Jano de dos rostros inquietantes; ninguno de ellos puede reconocer al otro si no media el conocimiento del pasado. Y en ese viaje –como en tantos otros– la luz es enemiga, no aliada.
En una sutil y apasionante investigación policiaca, con un lenguaje despojado al límite, Edipo parte en busca del ayer. Su lazarillo: un adivino, viejo… y ciego. No por casualidad: Tiresias perdió la vista al contemplar la ateneica desnudez de la sabiduría. El saber a cambio del fulgor del día. En la oscuridad de las vísceras se alojan los augurios; en la oscuridad del jardín crece el árbol del bien y del mal, y en sus ramas las palabras albergan un filo cruento.
Si Odiseo es el astuto, Edipo es el domador de enigmas. Contestando una pregunta llegó a ser Edipo rey de Tebas; formulando otras preguntas y rastreando sus respuestas podría llegar a ser rey de sí propio: γνῶθι σ’αυτόν. El encuentro con la sombra es doloroso, previsiblemente doloroso. “En el camino de Tebas comienza la muerte”, escribió con acierto Miguel Torga. Edipo, el domador de enigmas, no supo que conocerse es un poco empezar a acabarse, y que por ello conocer es tarea reservada a los dioses, inmortales.
Al final del camino está el espejo, y en él, como en las aguas de un estanque corrompido, flota el pasado monstruoso de Edipo: la gangrena incurable del presente. El rey nefando pasa de la risa al llanto en un instante. La esencia del teatro, la esencia del arte, la esencia del hombre. Y los ojos heridos para siempre por la fíbula acerada del reflejo. Los ojos ciegos que ya nunca dejarán de ver.
La loada ironía de Sófocles en realidad es un sarcasmo atroz. Por alguna perversa razón, Sófocles quiso vengarse del mundo. El espejo es su legado venenoso. En los ojos inertes de Edipo alienta aún, imperturbable, la verdad.

11 comentarios:

MAX Y LULA dijo...

El inventor del espejo debería ser Narciso :-D

JML dijo...

Sí,mi querida Ana, sólo puede purificarse uno fuera del mundo, enterrarse en un libro como en una tumba faraónica, plena de lujos y oscuridad, construida como un laberinto, como una trampa, para que quien busque no encuentre jamás. Inútil guiarse cuando la luz es el espejo de las sombras y el cuerpo es el vacío que va desnudo a su encuentro.


Beso en la penumbra

uminuscula dijo...

Un día te voy a hacer una lista de las palabras bellas que usas y yo encuentro en tus letras.

O lo hago en este mismo texto, luego, cuando tenga tiempo.


Gracias.

Jorgewic dijo...

El verso y la tragedia clásicos, al igual que nuestra comedia del Siglo de Oro se perdieron un buen día..., y desde entonces, bueno, nos limitamos a vestir un vacío.
Pensar que Sófocles escribió unas 140 obras, de las que sólo conservamos siete tiene su miga: se diría que la biblioteca de Alejandría, donde se conservaban aún, la debió quemar alguna de las últimas ministras de educación españolas, para que los chavales no tuvieran que ahogarse entre tanta plomiza maravilla, no vaya a ser que suspendan también literatura, sumen cinco asignaturas y ya la tengamos liada.
Por cierto, chata, aunque supongo que te manejarás directamente en la lengua Tiresias y Creonte, dime qué traducción te tira más. Yo tengo las de Assela Alamillo y la de F. Segundo Brieva.

Anónimo dijo...

Max y Lula: Tal vez, pero se ahogó antes de llegar a patentarlo ;))

elperdedor: Volver al mundo es, en efecto, retornar a la fragilidad del reflejo, a los ojos que duelen. La trampa -los griegos lo sabían- es un escándalo para los demás, pero un descanso para el propio rostro, desdibujado a veces por la tinta... Proseguiré por el momento sumergida en el lujoso, sombrío juego de las cajas chinas. Tal vez mañana amanezca sin peligros... Beso retirado.

u: Querida mía, en tU casa estás, de modo que revuelve cuanto quieras. Aquí te espero.

Jorgewic: Cualquiera de las últimas ministras españolas debría saber que en Alejandría hubo una biblioteca para querer quemarla... ;)) Con gravar el precio y préstamo de los libros y con retirar (los responsables de Educación) las horas pertinentes en cuestión de literatura y lenguas clásicas se dan por satisfechos. Ya sabes que aquí todo "progresa adecuadamente", ¿acaso alguien "necesita mejorar"?
En cuanto a traducciones, conozco bien (y me gusta) la de Assela Alamillo que comentas, no así la de Segundo Brieva; no me gusta la de García Calvo; tengo predilección por la de Luis Gil pero por razones puramente sentimentales: fue con la que crecí.

Anónimo dijo...

Jo, cuánta erudición. Te admiro, Ana. Es un gusto leerte: estimula a seguir leyendo y a aprender mucho más.
Un abrazote y gracias por el acicate.

Anónimo dijo...

leo: El placer es escribir para espíritus atentos y vivacísimos como el tuyo. Gracias por estar. Un beso.

Antonio Torralba dijo...

Muy bonito tu texto; me ha gustado mucho. Gracias.

Anónimo dijo...

Antonio: Gracias a ti por tu delicada visita.

Sir John More dijo...

Y yo tratando torpemente de explicarte... Sí, el espejo, la maldita lucidez, pero me da que el juego nos salva, el humor, aunque sea negro como la misma muerte. Tal vez hacer excursiones al otro lado del espejo... Un beso.

Anónimo dijo...

Querido Sir: Jugar, sí... ¿Acaso hacemos otra cosa? Y cuidado con las excursiones... Un beso.