En el noveno verso del Canto Tercero de su Divina Comedia transcribe el Dante la leyenda que figura inscrita en la entrada misma del Infierno: Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate. En el Infierno no existen prohibiciones –reservadas de modo natural al mundo de los vivos–, tan sólo avisos. Abandonad toda esperanza quienes entráis aquí, se dice; y además se dice en piedra. Eso es grave. La escritura es el presente más perverso que la divinidad regaló al hombre, y su designio más terrible. Jamás debe aceptarse un presente de los dioses; como las cajas chinas, siempre esconde algo añadido –inesperado, desafiante– en su interior. La escritura es una trampa: induce al hombre a comportarse como un dios en una casa que no le pertenece. La caligrafía excita el ensueño de la creación y del poder. La mano que escribe abre la puerta a un espejismo malévolo y sarcástico, es el agua no potable en el desierto de la mortalidad irreductible. Lo que está escrito no se puede deshacer, permanece para siempre y siempre acaba por cumplirse: ahí reside el endiablado mecanismo de la trampa; el abrupto término del sueño y el pesaroso despertar, el tránsito desde las sombras protectoras a la luz que hiere sin remedio. Escribir supone un duelo entre el tiempo y una voluntad implacable, un duelo en el que la voluntad termina por vencer gracias al hechizo de los trazos indelebles. Scripta manent.
Un siglo más tarde, Claudio Monteverdi recoge la peculiar bienvenida infernal en su Orfeo, la imprecisamente -o no tanto- llamada ópera primera de la Historia. En mitad de los versos amables de Alessandro Striggio, libretista del Orfeo, la elegante contundencia del Dante se infiltra en la obra en un momento crucial. En realidad, se trata del momento fundamental de la ópera: cuando Orfeo se dispone a penetrar en los dominios infernales en la búsqueda de Eurídice, su amada esposa, la Esperanza le hace reparar en el contenido inapelable de la sentencia inscrita. El problema está servido.
La historia de Orfeo y Eurídice no describe una estricta cuita de amor. El amor encubre en este caso un propósito más hondo, y la presencia escrita del verso del Dante es el faro que lo alumbra. El mito de Orfeo es un enfrentamiento intelectual de alto voltaje, y además en un doble sentido: por una parte, el hombre y su voluntad frente a la divinidad y el fatum, y por otra, y sobre todo, el poder de la escritura frente al poder de la música y la poesía. Sólo así se entiende que para Platón constituyera Orfeo un personaje poco menos que despreciable; no eran los poetas, no era el lenguaje poético, género de su especial consideración.
La versión más edulcorada del mito, la más orientada a la exaltación del amor más allá de la muerte –que cuajará con especial difusión en época helenística–, proviene de los latinos, y en especial de Virgilio y Ovidio, si bien con diferente objeto de atención. Si Virgilio presta cálido oído a las palabras dolientes de Eurídice, Ovidio en cambio será más sensible a los pesares de Orfeo. Orfeo no es sólo el paladín del amor conyugal ejemplar, es además el inventor de la cítara, y su voz encarna alternativamente el cantar benéfico –la voz a ti debida– y el cantar seductor con el que, de forma similar a las pérfidas sirenas, logra embaucar a Caronte. La suerte de Eurídice en esta historia ha sido menos afortunada. Eurídice es una ninfa, y como tal, por etimología, es un venero de agua, esa materia de que están hechos los eidola: es decir, los simulacros. Ese carácter umbrío, de mero y escueto reflejo, es bastante premonitorio de la suerte que le ha sido destinada, a pesar de que Monteverdi se saque de la manga un deus ex machina para aliviar la situación. Más tarde, Rilke la concebirá como doncella en exceso celosa de su virginidad, frente a la Eurídice extremadamente coqueta de Offenbach, y más tarde aún será la bella una vana distracción en la vida de un Orfeo entregado a la guitarra, según lo quiso Tennessee Williams en Orpheus descending. En Parking, de Jacques Demy, Eurídice es subsumida por las sombras de la droga. Claudio Magris la rescatará en la forma de una mujer excelsa -Eurídice es Marisa Madieri- en su Así que Usted comprenderá.
Pero el amor, decía, tiene poco que ver en esta historia –lo mismo en todas–. El asunto aquí es que la escritura y la música se enfrentan, y del combate emerge victoriosa la escritura. El mito de Orfeo, así pues, no plantea un conflicto afectivo, sino un conflicto intelectual. Monteverdi magnifica este enfoque como pocos en su peculiar tratamiento del asunto, y lo hace mediante tres inteligentes artificios: la descarga del peso de la obra en el personaje de Orfeo, la introducción de los versos inscritos del Dante y la “postiza” solución final, en que se induce la intervención redentora de Apolo. Superada la presentación en escena de Orfeo como héroe plenamente volitivo, capaz de desafiar los dictados de la divinidad, se impone la reflexión sobre la morada real y los límites del conocimiento. Para que Orfeo olfatee con más anhelo su propósito, Plutón promete un imposible –el retorno de un muerto al dominio de los vivos–, a la vez que impone una condición que previamente sabe que el héroe va a incumplir: no mirar atrás mientras, en el camino hacia la luz y la vida, va seguido por su esposa. Si Orfeo ha llegado hasta el Infierno, si ha conseguido adormecer a Caronte, si ha desdeñando la temible inscripción de la puerta de acceso, es evidente que el músico poeta no sólo es presa de la hybris, sino que además… quiere conocer, conocer más allá de los límites de lo permisible. Y en esa búsqueda se dará de frente con el fatum en la forma de Eurídice –Eurídice la excusa– sepultada por las sombras: Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate. Si es que ya se lo avisaron...
Un siglo más tarde, Claudio Monteverdi recoge la peculiar bienvenida infernal en su Orfeo, la imprecisamente -o no tanto- llamada ópera primera de la Historia. En mitad de los versos amables de Alessandro Striggio, libretista del Orfeo, la elegante contundencia del Dante se infiltra en la obra en un momento crucial. En realidad, se trata del momento fundamental de la ópera: cuando Orfeo se dispone a penetrar en los dominios infernales en la búsqueda de Eurídice, su amada esposa, la Esperanza le hace reparar en el contenido inapelable de la sentencia inscrita. El problema está servido.
La historia de Orfeo y Eurídice no describe una estricta cuita de amor. El amor encubre en este caso un propósito más hondo, y la presencia escrita del verso del Dante es el faro que lo alumbra. El mito de Orfeo es un enfrentamiento intelectual de alto voltaje, y además en un doble sentido: por una parte, el hombre y su voluntad frente a la divinidad y el fatum, y por otra, y sobre todo, el poder de la escritura frente al poder de la música y la poesía. Sólo así se entiende que para Platón constituyera Orfeo un personaje poco menos que despreciable; no eran los poetas, no era el lenguaje poético, género de su especial consideración.
La versión más edulcorada del mito, la más orientada a la exaltación del amor más allá de la muerte –que cuajará con especial difusión en época helenística–, proviene de los latinos, y en especial de Virgilio y Ovidio, si bien con diferente objeto de atención. Si Virgilio presta cálido oído a las palabras dolientes de Eurídice, Ovidio en cambio será más sensible a los pesares de Orfeo. Orfeo no es sólo el paladín del amor conyugal ejemplar, es además el inventor de la cítara, y su voz encarna alternativamente el cantar benéfico –la voz a ti debida– y el cantar seductor con el que, de forma similar a las pérfidas sirenas, logra embaucar a Caronte. La suerte de Eurídice en esta historia ha sido menos afortunada. Eurídice es una ninfa, y como tal, por etimología, es un venero de agua, esa materia de que están hechos los eidola: es decir, los simulacros. Ese carácter umbrío, de mero y escueto reflejo, es bastante premonitorio de la suerte que le ha sido destinada, a pesar de que Monteverdi se saque de la manga un deus ex machina para aliviar la situación. Más tarde, Rilke la concebirá como doncella en exceso celosa de su virginidad, frente a la Eurídice extremadamente coqueta de Offenbach, y más tarde aún será la bella una vana distracción en la vida de un Orfeo entregado a la guitarra, según lo quiso Tennessee Williams en Orpheus descending. En Parking, de Jacques Demy, Eurídice es subsumida por las sombras de la droga. Claudio Magris la rescatará en la forma de una mujer excelsa -Eurídice es Marisa Madieri- en su Así que Usted comprenderá.
Pero el amor, decía, tiene poco que ver en esta historia –lo mismo en todas–. El asunto aquí es que la escritura y la música se enfrentan, y del combate emerge victoriosa la escritura. El mito de Orfeo, así pues, no plantea un conflicto afectivo, sino un conflicto intelectual. Monteverdi magnifica este enfoque como pocos en su peculiar tratamiento del asunto, y lo hace mediante tres inteligentes artificios: la descarga del peso de la obra en el personaje de Orfeo, la introducción de los versos inscritos del Dante y la “postiza” solución final, en que se induce la intervención redentora de Apolo. Superada la presentación en escena de Orfeo como héroe plenamente volitivo, capaz de desafiar los dictados de la divinidad, se impone la reflexión sobre la morada real y los límites del conocimiento. Para que Orfeo olfatee con más anhelo su propósito, Plutón promete un imposible –el retorno de un muerto al dominio de los vivos–, a la vez que impone una condición que previamente sabe que el héroe va a incumplir: no mirar atrás mientras, en el camino hacia la luz y la vida, va seguido por su esposa. Si Orfeo ha llegado hasta el Infierno, si ha conseguido adormecer a Caronte, si ha desdeñando la temible inscripción de la puerta de acceso, es evidente que el músico poeta no sólo es presa de la hybris, sino que además… quiere conocer, conocer más allá de los límites de lo permisible. Y en esa búsqueda se dará de frente con el fatum en la forma de Eurídice –Eurídice la excusa– sepultada por las sombras: Lasciate ogni speranza, voi ch’intrate. Si es que ya se lo avisaron...
A Orfeo no le pierde la pasión, sino el ansia de saber. A dos pasos tan sólo de la tierra, Orfeo se vuelve; quiere el héroe echar un último vistazo al reino de lo oscuro antes de abandonarlo para siempre. Mirar atrás, saber, morir es un instante. La promesa de Plutón se ha disipado. Semel emissum volat irrevocabile verbum. Lo escrito, escrito está. La osada música de Orfeo ha fracasado, su cítara es una pasión inútil.
Apolo, progenitor de Orfeo, experto en vaticinios versales y engañosos, se llevará a su hijo para convertirlo en una estrella y enseñarle a mirar siempre adelante; adelante, a buen recaudo de las aguas que se estancan a la espalda.
Apolo, progenitor de Orfeo, experto en vaticinios versales y engañosos, se llevará a su hijo para convertirlo en una estrella y enseñarle a mirar siempre adelante; adelante, a buen recaudo de las aguas que se estancan a la espalda.
21 comentarios:
Añorada mía:
Mi Virgilio ha dejado ya de temblar ante la divisa infernal, ese horrible frontis. Está condenado por todo lo que ha escrito sobre el papel, no por lo que ha leído en la piedra; palabra a palabra le ha ido arrancando su inocencia inicial, la del primer trazo, por eso teme tanto su memoria, por eso quiere que todo esté desierto, despoblado, hueco. Tal vez así el olvido haga erosión en la piedra y aún se pueda revocar lo escrito, la trampa inicial de los dioses, su marca de agua…
Besos escritos en la piedra (estos sí)
Aún no he leído, sólo el título, pero es que éste ya me ha vuelto loca. Lasciate ogni speranza, voi che entrate.. durante mucho tiempo me acompañaba mucho esta frase de Dante. Creo que desde que viví en Calabria, compré La Divina Comedia en italiano antiguo y afirmé que no volvería a España hasta que la hubiera leído. Y entendido. Voy a leer, espero que hayas tenido hermoso fin de semana.
Yo siempre había pensado que Orfeo miraba hacia atrás no para querer saber más (ya había estado en el salón de Plutón, para qué ver más cosas), sino porque no se fiaba de la palabra del rey, pero ¿cómo confiar en el señor del averno? Envuelto en esa contradicción es difícil superar la prueba :-D
"El hombre es casi siempre mejor que sus dioses". Apolo se equivoca. Que renuncie a ser poeta quien tema mirar atrás.
Ana, aquí das una pista muy interesante: efectivamente, ¿no será que Orfeo y Euridice, en el fondo, son dos mundos separados, que no tienen nada que ver entre sí? No es más que una excusa para el Dante (la cuestión amorosa), igual que él mismo vivió idealizadamente a su Beatriz, sin tocarla ni mancharla. Lo que no sabía yo es que el revisionismo latino es el que ha "edulcorado el mito", qué cosas. Ya me parecía a mí que en el original había más piedra y pensamiento que en las óperas que han venido después (donde había más música y más novela). Y es que, en efecto, el final feliz apolíneo es una cagada en toda la línea, ahora recuerdo la desilusión que me llevé cuando lo conocí escuchando a Monteverdi : con lo broncíneo y titánico que quedaba el citarista hasta ese momento, una Janet Baker como tú, para comérsela, tch, tch... No somos nada.
Besos
Tus entradas a veces funcionan como clases magistrales. Menos mal que soy inasequible al desaliento, que si no ya me había muerto del complejo... Un abrazo, mi docta amiga. Un placer aprender de tu mano.
Hombre....hope is the last U lost or not? aun existo, pero no se si pienso tanto.XX
Sólo una pregunta sobre tan hermoso texto: la pasión y el deseo irrefrenable de saber, ¿no son lo mismo? Un beso escrito sobre piedra.
Pd.- No sabía que desafío a lo eterno cuando insisto en escribir mis contradicciones...
Mi adorado elperdedor: Escribir… una forma de borrar lo escrito. Damnatio memoriae. Borrar el recuerdo deleznable de lo que ya fue para dejar espacio a un deleznable futuro. El intento, la fe en que la inocencia permanecerá junto a nosotros, como un niño que jamás creciera, al que no hubiera que situar un día irrevocable en nuestra palma e impulsar. La inocencia perdió sus zapatos en algún jardín oscuro el mismo día que comenzó a escribir con letra elegante su diario.
Beso inscrito e indeleble.
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Querida u: Divino reto. En algo se te nota. Espero que estés mejor. Beso en tu ventana.
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Max y lula: No fiarse de alguien es un modo de querer saber. En todo caso, nunca hay que fiar en rey alguno, ni en sus mensajeros. La muerte está asegurada.
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Francisco Sianes: Ser poeta es profesión de riesgo manifiesto. Lo era en los tiempos de Orfeo (al fin y al cabo, su cuerpo acabó despedazado por las ménades) y lo es casi más en este tiempo, en que los estiletes acechan en todas las esquinas. Mirar atrás... sí, los poetas apenas saben hacer otra cosa. Es un esfuerzo vano, pero constante. Los espejos siempre cuelgan a la espalda.
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Añorado Jorgewic: Sí, tengo la sospecha de que el mito original era mucho más intelectual que su reelaboración posterior. De hecho, el orfismo es una clara derivación de los supuestos más filosóficos del mito, dejando de lado las zarandajas amorosas. Y lo que apuntas sobre los dos mundos -el de Orfeo y el de Eurídice- me parece de lo más interesante, máxime en un imaginario como el griego, donde todo ocupa su exacto lugar, nada aparece por azar ni mero decorado. La posición de Eurídice -que ha desatado la hipótesis sobre la posible homosexualidad de Orfeo-, por no hablar de la impresionante hazaña (y reto ético-moral) que supone el descenso y visita a los infiernos (primera en su género), son pasto demasiado importante para una escueta historieta de amor. A los latinos, ensalzadores natos de la institución del matrimonio, les interesaba convertir un mito reflexivo en un folletín rosa por el bien del Estado. Virgilio era un experto en esa táctica (fíjate en el enrevesado trío Dido-Eneas-Lavinia), especialmente en un momento político en que se intentaba recuperar las tradiciones más nobles del romano –y la romana– de pro. Beso broncíneo.
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Dulce Leo: Me halagas con tu generoso comentario; quizá parezca falsa modestia –no quisiera- decir que en realidad yo sólo quiero compartir con vosotros lo que siento al hilo de cualquier experiencia literaria, musical, artística o incluso personal. En todo caso, es un placer contar contigo al otro lado; el privilegio, créeme, es mío. Un beso.
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Forzo de il sino: I’m lost but I’m hopeful, baby… Are U OK? (un poco KO ya sé que sí). Ánimo y un beso.
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Mi apreciadísimo Sir: No anda usted exento de razón. Aunque la pasión de saber, a fuer de más satisfactoria, es también más peligrosa. Usted lo sabe.
Y claro: si usted escribe desafía con su caligrafía a lo eterno; si usted escribe sus contradicciones empieza a parecerse a un dios: ¿no le da vértigo?
Un beso subrayado.
Hola Ana. Muy interesante lo que has escrito. Realmente el contenido de tu blog es excelente.
Saludos.
Ana,
El poeta es ese sorprendente tipo que siempre encuentra retrovisores.
Aunque no es muy educado irrumpir en conversaciones ajenas...
Desafiar a lo eterno, parecerse a un dios: ¿vertigo? A mí incluso me provocan vértigo los grandes hipermercados; así que imaginen...
La inocencia, ay: esa simplificadora rutina que encuentra más maravillosos a los Reyes Magos que a los abnegados padres y que se regocija en la tortura de un saltamontes... ¿quién desea volver a ella?
Un saludo, caminando con zapatos.
Tennisjournalist: Gracias por tu generosa visita. Siempre bienvenido.
Mi apreciado Francisco Sianes: ¿Conversaciones ajenas? Aquí todas son comunes -no quiero significar 'vulgares' ;))- y su "intrusión", que no es tal, es bien recibida.
Comparto su visión de la inocencia. El "bruto feliz" siempre me ha dado mala espina y la inocencia acartonada de James me revuelve el estómago. Comentaba que su pérdida se ligaba a la escritura, pero no lo comentaba con lástima, sino con regocijo. Además, los jardines oscuros son mis aposentos preferidos. Y en cuanto a los zapatos... le confesaré trivialmente que me encantan porque me encanta perderlos. Un abrazo.
Terribles versos de Dante que me impresionaron mucho al leerlos; lo mismo me pasó cuando contempla asombrado las masas que entran en el infierno y dice aquello de "tantos, nunca pensé que la muerte hubiese alcanzado a tantos"...
Además, siempre he tenido una duda: ¿no será éste el origen del dicho "la esperanza es lo último que se pierde"?
Sí, esa descripción de los Infiernos es impagable. Por eso está el Dante en los Cielos de la creación...
El dicho de "la esperanza es lo último que se pierde" creo que remite al mito clásico de Pandora. Cuando ésta abrió su caja dejando escapar todos los males, cerró la caja antes de que saliera la esperanza.
Un beso.
Duda resuelta. Mil gracias y un abrazo.
El de Orfeo es en origen un mito violento, sexual, oscuro, dionisíaco, pero en la obra de Monteverdi/Striggio esa tradición se unía con la de la fábula pastoril, y Monteverdi lo hace de manera sencillamente magistral, fundiendo poesía y música de una forma que no habían conseguido Peri y Caccini con las primeras óperas representadas en Florencia entre 1598 y 1600.
Conviene, en cualquier caso, advertir que el Orfeo de Monteverdi/Striggio tenía un doble final. En el libreto que se imprimió para el día del estreno, la ópera acababa con el discurso misógino de Orfeo y un coro de furiosas bacantes prestas al asesinato del héroe y el posterior descuartizamiento de su cadáver. Sin embargo, en la partitura impresa ese final ha sido sustituido por el que hoy conocemos de Apolo como deus ex machina, una solución que también estaba cargada de sentido y que tenía un larguísima tradición dramática detrás. Además no debe olvidarse el contexto del nacimiento de la ópera (en principio, no hecha para perdurar), destinada básicamente a un público en el que casi todos eran miembros de la Academia de los Invaghiti, que tenía en Apolo a uno de sus símbolos. Durante mucho tiempo se pensó que Monteverdi escribió primero la música para la escena de las bacantes (Sergio Vartolo llegó a grabar para Naxos un final, musicalmente inventado, que la incluía) y luego la sustituyó por la conocida para una segunda representación. Hoy no se está tan seguro de eso. En su muy interesante artículo para la grabación de Claudio Cavina en el sello Glossa, Stefano Aresi afirma que el doble final lo que vendría a señalar es la independencia que entonces existía entre el texto dramático escrito, hecho para perdurar, y la representación musical, que el compositor adaptó a las circunstancias concretas del momento (y lo hizo de manera admirable para mi gusto).
Por otro lado, eso conectaría con esa idea que sugieres de la oposición entre el arte escrito y perdurable y el oral (poesía y música en la antigüedad), que me parece muy sugestiva. Aunque en mi opinión en el mito de Orfeo lo que se plantea con absoluta crudeza es la lucha del hombre, con todas sus facultades encendidas a la máxima potencia (la capacidad simbólica y de abstracción que se requiere para la expresión artística, capaz incluso de engañar a los dioses), contra la muerte. Todos conocemos el resultado de ese combate.
Paolo: Un privilegio contar con tu documentada intervención. Sabía, en efecto, del doble final del Orfeo, si bien no conocía alguno de los pormenores que detallas. El final de las ménades furiosas es el más extendido en la resolución del mito, y viene lógicamente a reforzar el discurso misógino previamente entonado por el poeta. El final "apolíneo" es un happy end un tanto fuera de lugar, aunque aún más estrambótico es el proceso de Gluck. De todos modos, a pesar de su extemporaneidad, el deus ex machina que supone Apolo "abduciendo" a su hijo resulta, si nos fijamos, casi más coherente que el final ortodoxo del mito, y decididamente acorde con el espíritu de Orfeo.
Gracias por tu visita.
No conozco la obra de Magris de la que hablas: ¿me puedes dar añguna referencia?
(Interés no sólo literario, confieso: vivo enamorado irremediable y desesperadamente de Madieri desde la primera línea de Verde Agua)
Ignacio: En efecto, esa obra de Magris ha pasado bastante inadvertida, a pesar de que se ha publicado en Anagrama. Es un libro muy cortito, no tiene más allá de 80 páginas, si no recuerdo mal (hablo de memoria, en este momento no lo tengo a la vista), y su visión de Eurídice-Madieri es muy sutil, aunque es cierto que en Magris -en el mejor Magris- la sutileza suele ser la norma.
No me extraña tu pasión por Madieri; la comparto plenamente: ese Verde Agua es, sencillamente, maravilloso (y por desgracia ya inencontrable, al menos desde la última vez que intenté regalárselo a un amigo, hará unos cinco años). Un abrazo.
Pues yo tengo uno disponible en la versión española (me lo compré en italiano más tarde).
Si lo quieres no tienes más que decírmelo.
A Magris lo leí con fervor hasta La Mostra, que no pude acabar. Creo que se ha metido en un laberinto (y quién no, después de perder a una mujer como esa), había demasiada negrura y desesperación en ese texto y nada de control ni medida. No quiero jugar a psiquiatra, pero me sentí mal por él, más allá del juicio literario.
Mi querido Ignacio: No sé cómo agradecer tu ofrecimiento, que me veo tentada de aceptar. Más que nada porque mi propio ejemplar está en paradero desconocido, por causas que, desgraciadamente, sí me son conocidas. Me vería, por supuesto, en la necesidad de compensarte con algún libro o presente. Si te apetece que hablemos -de esto o de cualquier otro tema- tienes a tu disposición el correo electrónico que figura en mi perfil.
‘La mostra’ no lo he leído. En todo caso, me gusta más el Magris "ensayista" -y lo escribo entre comillas porque ya sabes cómo le gusta a don Claudio mezclar géneros- de ‘El Danubio’ (esa delicia impagable), ‘El anillo de Clarisse’ o de sus artículos de ‘Utopía y desencanto’. Las novelas de Magris, también su teatro, me dan la extraña, angustiosa sensación de campana que no suena.
Por cierto, le he echado un vistazo con detenimiento a tu bitácora y me ha gustado tu tono, los temas que tocas. Te añado a mis "Imperdibles".
Un abrazo agradecido.
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