miércoles, 3 de junio de 2009

MÁS LECTURAS

Y como prosiguen las lecturas de amigos, que además se toman el tiempo de escribir unas líneas, pues nueva entrada dedicada a La Última Palabra, que por fortuna está generando muchas, muchas más palabras...
A continuación puede leerse el texto Poesía del Silencio, del que es autor Fernando Llorente:

"El día 17 del pasado mes de mayo estas mismas páginas [del Diario Montañés] acogieron una, tan extensa como intensa, entrevista a Ana Rodríguez de la Robla, con motivo de la reciente publicación de su obra La última palabra. En ella afirma la poeta, dándole el titular al entrevistador, que “quien no sabe mirar a los clásicos está negando su presente”. El alcance del aserto es limitado, por cuanto lo en él sentenciado sólo puede ser aplicado con justicia a quienes estando en condiciones favorables para saber mirar de frente, dan la espalda a los clásicos. Y no son tantos, cada vez menos. Son ya varias las generaciones de españoles a las que se les ha negado su presente desde que se ninguneó el latín en los planes de estudio. La “Cultura clásica”, asignatura alternativa opcional, de corto recorrido, fue concebida para abortar, privada del soporte de su lengua propia. Como le ocurriría a cualquier cultura.
Pero sí debemos darnos por aludidos quienes, pudiendo y sabiendo, adolecemos de escaso interés y/o falta de ganas. Ana ha hecho el trabajo para que, desperezados, nos asomemos al pozo de unas palabras escritas sobre piedra en latín, que ha traducido al español sobre el papel y, así, ha compuesto un exquisito libro que la Editorial Icaria ha tenido el acierto, para mayor gloria de su colección de poesía, de publicar, con el asesoramiento literario de Concha García y Juan Antonio González Fuentes.
Si quienes, atentos, además de saber y querer mirar, quieren y saben oír, escucharán el recital de poesía del silencio, que en su descanso eterno ofrecen sin descanso los muertos. A veces con voz que grita la piedra para ser escuchada, siquiera al paso. En Ana y en su obra poética habita la voz de los clásicos, y su silencio. No importa si dicha por egregios personajes o por romanos de a pie. De 60 mortales son las palabras postreras que lamentan una muerte temprana, o que claman venganza, o que reclaman complicidad, o que vieron en la muerte una respuesta a la soledad, o que retan a la muerte con el amor, o que…no voy a entrar en explicaciones, comentarios y precisiones que la propia Ana expone, con distinción y claridad, en el prólogo.
Son 60 epitafios, seleccionados por la autora, en los que ha volcado su amplio y solvente saber sobre el mundo y la cultura clásicos, y su depurada y contrastada sensibilidad poética. Pero ni esa sensibilidad ni ese saber habrían salido a flote en la blancura de las páginas navegadas por los restos de 60 naufragios, si Ana no hubiera sabido ni podido sumergirse en los profundos y olvidados pecios del latín. Es también la filóloga que bucea segura entre ellos, con el oxígeno de sus conocimientos y las aletas de su voluntad. Sabe y puede, luego quiere.
Quienes tuvieron la suerte de ser instruidos en el latín durante varios cursos de aquel largo bachillerato comprobarán lo que digo. Ana traduce sin cometer traición alguna. No transmite algo que el difunto no quisiera legar. Ni le hurta ni le da. Lo dice de otra manera, no sólo porque lo dice en español, sino, y sobre todo, porque con cada motivo compone un poema, por mejor decir, hace poesía, con palabras tan sencillas como antiguas, fieles a su parentesco. Quienes los lean sin mirar, al menos de reojo, los textos en latín no podrán ser conscientes de la dificultad del empeño, tampoco de valorar cumplidamente el resultado. No sólo no traiciona Ana los originales al traducirlos, sino que los engrandece, engarzando en ellos elegantes matices y alumbrando bellas y sentidas imágenes.
Nadie muere del todo hasta que se extingue la última memoria que le recuerda. 60 individuos desconocidos del Mundo Antiguo dejaron sus últimas palabras escritas en piedra para eso, para que alguien se encontrara con ellas, y salvarse del olvido. Con La última palabra Ana Rodríguez de la Robla ha contribuido a abrirles infinitos espacios para la supervivencia. A sus lectores nos ayuda a rescatar nuestro presente."

Y por su parte Antonio Tello, amigo asiduo de esta casa, se expresa en una de sus bitácoras en los términos siguientes:

"Cuenta una leyenda que al morir Beda uno de sus discípulos empezó a escribir su epitafio: Hac sunt fossa Bedae...ossa, pero que, agotado por el inútil esfuerzo de hallar el final adecuado, se durmió. A la mañana siguiente, cuando despertó, el monje vio con asombro que alguien, acaso un ángel, había escrito venerabilis. En el epitafio el adjetivo se unió al nombre y así es como aquel espíritu del siglo VII, que Dante reconoció formando una corona brillante (Paraíso, X), ha atravesado los siglos para que lo conozcamos como Beda, el Venerable. Ana Rodríguez de la Robla, poeta, filóloga e historiadora española, ha oficiado de antóloga, traductora y editora de La última palabra (Icaria, 2009), un libro que reúne «los últimos poemas -las últimas palabras- con que un puñado de hombres y mujeres que existieron quisieron se recordados y revivificados», como ella afirma en el prólogo.
La palabra, la palabra escrita, se reivindica como último recurso contra el olvido, para quienes han emigrado hacia ese «lugar donde acaba la muerte», como escribió Nezahualcoyotl, poeta, filósofo y soberano de los aztecas. A través de la palabra labrada en la piedra y desde «el firme apretón de la tierra», el difunto apela al diálogo con los vivos -viajeros, caminantes, paseantes casuales- a quienes se dirige en sucintos versos para informar de lo que fue -Aquí estoy enterrada, sierva minúscula. / Me entregué con seriedad a mi deber / de trabajar la lana...-, de la causa que lo arrojó a la tumba - Por seguro ten que aquí me encuentro / -nunca el valor se deja amedrentar- /por vengar a mi hijo, que está muerto-, de los errores cometidos, de la satisfacción de haber vivido o bien, con socarrón humor o ironía, para invitar al ocasional interlocutor a visitar su morada -Escucha caminante, si quieres ven adentro / hay aquí una tabla en bronce que todo lo explica- o simplemente a que no la ensucie -Viajero, en esta tumba no te orines.
Con La última palabra, De la Robla nos acerca desde el latín una selección de sesenta epitafios en versos recogidos en la voluminosa Carmina Latina Epigraphica, realizada por Franz Bücheler entre 1895 y 1897 y continuada por Ernst Lommatzsch, según ella misma informa en el prólogo. Es un trabajo serio y riguroso que nos revela el postrer intento humano de resistir la erosión del tiempo, el caer en el olvido, inscribiendo su nombre y, en pocas líneas, lo que su vida tuvo, a su juicio (o de sus deudos), de recordable, para hacer que lo perecedero y la eternidad comulguen en la renovada memoria de los vivos."

4 comentarios:

Emetorr1714 dijo...

Ya tengo el libro entre mis manos. Y en mi alma. Quiere creer doña Ana que no recuerdo haber "padecido" semejante emoción a la hora de adquirirlo?. Ni siquiera en los dedicados. Tanto tiempo recopilando frases y epitafios -uno por aquí, otro por allí- y ud. me entrega 60 en latín,en castellano y en verso. 61 si también cuento el suyo que aparece en la entrevista del Diario Montañés.
En esta misma entrevista ud. nos invita a tener la posibilidad de comparar al hombre de hoy con el de aquel remoto ayer. Pues bien, en la pág. 47 encontramos lo siguiente:

"Mientras viví, sin cesar acumulé dinero, y también sin cesar lo fuí perdiendo. La muerte vino a librarme de uno y otro trabajo".

Automáticamente me viene a la memoria el Protocolo 6950 de Alvaro Pombo del que extraigo lo siguiente.

"Morir está al alcance de todas
las fortunas".

Se dá cuenta, dos mil años los separan y no sabríamos distinguir el más antiguo.
Yo no puedo -ni debo- seguir analizando su libro -para eso ya están los expertos- yo solo quiero que quede constancia de mi felicitación y gratitud por esta obra.
Déseme ud. por abrazada

El Musicópata dijo...

Qué alegría siento por ti, mi estimada amiga!

Besos grandes!

;)

Only dijo...

Es evidente que mereces estar rodeada de reseñas como las que nos muestras ( gracias ¡), y estoy segura de que tendrás muchas más alegrías relacionadas con tu obra....
Felicitaciones “one more time”.

Pero quería contarte también que esta mañana, haciendo mi ronda habitual por los periódicos digitales, he encontrado unos zapatos rojos preciosos en el DM....
Preciosos :). No digo más :))



Un besito





Para los que no lo hayan visto:

http://www.eldiariomontanes.es/20090604/santander/destacados/revista-quorum-comunicacion-para-20090604.html

Anónimo dijo...

Mi querido Fandestéphane: El epitafio es la última paletada de tierra que se arroja sobre la voluntad del muerto. La fortuna se mantiene al margen de esas cosas, que no pertenecen al dominio de lo material...
Me alegra que desde mi libro puedas tender puentes a otras lecturas, a otras emociones, a otros siglos que son este. De eso se trata...
Un beso milenario.

Orfeo: ¡¡Un beso lleno de cariño!!

Mi Only: ¿Bonitos, verdad? :-) Se ven un poquito aquí : http://www.eldiariomontanes.es/prensa/20090604/cultura/literatura/numero-seis-revista-qvorvm-20090604.html
Besote rojo.