Hace sólo algunas horas leía en la bitácora de elperdedor un texto sobre la desaparición, sobre la imperiosa necesidad de la muerte, que comienza por uno mismo para proyectarse en los demás (sentimiento tan indispensable como legítimo, quién lo duda). Elperdedor traía esto a colación de una carta abierta de Ray Loriga (La bondad del asesino), en que éste comienza postulando la muerte de la ficción y continúa embrollándose con el asunto de los muertos y las muertas –lo estimulante de olfatear la muerte en derredor y así sentirnos superiores, más y mejor supervivientes que el moribundo de al lado–, para acabar admitiendo el óbito en exclusiva de sus ficciones propias. Ahí queríamos llegar. A mí el texto de Loriga me ha encantado porque su espíritu, sobre todo cuando dice aquello de “tal vez algún día esta larga lista de derrotas me sirva para alzarme con una merecida victoria”, me ha tocado el corazón del blog. Razones obvias.
Pero además Loriga intuye, aun sin apenas darse cuenta, el problema fundamental en cualquier muerte relevante: el problema de las palabras, absolutamente chivatas en lo que a descomposiciones se refiere. A él mismo le bailan las palabras ‘word’ y ‘world’ (espeluznante confusión) en la memoria, y eso es síntoma de que los textos en el congelador le huelen a podrido. Y la farmacia, cerrada.
El horror ante las circunvoluciones de las palabras propias es afección sobradamente documentada entre literatos y perturbados varios. El tratamiento más intensivo lo ha patentado por el momento el Dr. Vila-Matas (interesados y/o casos perdidos: segunda puerta al fondo a la derecha). Peor es el asunto cuando la paranoia alude a las palabras de los otros. Mientras Satie le daba a la tecla incesante con las Gymnopédies, recibía correspondencia que por pánico jamás abrió; a su muerte se encontraron centenares de cartas intactas en su desván.
La preocupación por el lenguaje no debería resultar extraña –en todo caso, sólo alarmante– cuando en nuestra casa hay cambios; es natural que en el oxímoron que es la vivencia de la moribundia sobrevenga un desajuste entre el entorno y su traducción lingüística. Elperdedor mencionaba a Hofmannsthal en paralelo con Loriga, pero el caso de Hofmannsthal es notablemente más grave. Al austriaco se le moría Occidente. Casi nada. Hofmannsthal, como denodado Sísifo, levantaba el pedrusco del acervo secular por una montaña lingüísticamente empedrada, y el pedrusco se le volvía a caer ladera abajo, arrollando todo esfuerzo literario habido y por haber. A Hofmannsthal le consume la percepción de la destruida tradición espiritual de Europa; más aún, le consume la percepción del vacío que había dejado ya esa tradición: algo que poco más tarde atormentaba también a Hermann Broch. Del desagüe estancado de Szentkuthy ya se ha hablado aquí.
Siempre me ha parecido que a Europa le encanta mirarse el ombligo putrefacto. Pero todo comenzó en la lengua: a Hofmannsthal se le deshacían “las palabras en la boca como hongos podridos” (Carta de Lord Chandos). En Momentos de Grecia la cosa se pone todavía más fea: “Quería escapar de mí y me perseguía a mí mismo; lo que leía, de renglón en renglón, eran signos y signos como las ruinas que tenía alrededor. [...] Una ironía demoniaca late alrededor de estas ruinas que aún en su descomposición retienen su secreto. Lo que queda es el sabor de la mentira en la lengua”. Está claro que la gangrena avanza, y rápido. ¿Alguna sugerencia?
Pero además Loriga intuye, aun sin apenas darse cuenta, el problema fundamental en cualquier muerte relevante: el problema de las palabras, absolutamente chivatas en lo que a descomposiciones se refiere. A él mismo le bailan las palabras ‘word’ y ‘world’ (espeluznante confusión) en la memoria, y eso es síntoma de que los textos en el congelador le huelen a podrido. Y la farmacia, cerrada.
El horror ante las circunvoluciones de las palabras propias es afección sobradamente documentada entre literatos y perturbados varios. El tratamiento más intensivo lo ha patentado por el momento el Dr. Vila-Matas (interesados y/o casos perdidos: segunda puerta al fondo a la derecha). Peor es el asunto cuando la paranoia alude a las palabras de los otros. Mientras Satie le daba a la tecla incesante con las Gymnopédies, recibía correspondencia que por pánico jamás abrió; a su muerte se encontraron centenares de cartas intactas en su desván.
La preocupación por el lenguaje no debería resultar extraña –en todo caso, sólo alarmante– cuando en nuestra casa hay cambios; es natural que en el oxímoron que es la vivencia de la moribundia sobrevenga un desajuste entre el entorno y su traducción lingüística. Elperdedor mencionaba a Hofmannsthal en paralelo con Loriga, pero el caso de Hofmannsthal es notablemente más grave. Al austriaco se le moría Occidente. Casi nada. Hofmannsthal, como denodado Sísifo, levantaba el pedrusco del acervo secular por una montaña lingüísticamente empedrada, y el pedrusco se le volvía a caer ladera abajo, arrollando todo esfuerzo literario habido y por haber. A Hofmannsthal le consume la percepción de la destruida tradición espiritual de Europa; más aún, le consume la percepción del vacío que había dejado ya esa tradición: algo que poco más tarde atormentaba también a Hermann Broch. Del desagüe estancado de Szentkuthy ya se ha hablado aquí.
Siempre me ha parecido que a Europa le encanta mirarse el ombligo putrefacto. Pero todo comenzó en la lengua: a Hofmannsthal se le deshacían “las palabras en la boca como hongos podridos” (Carta de Lord Chandos). En Momentos de Grecia la cosa se pone todavía más fea: “Quería escapar de mí y me perseguía a mí mismo; lo que leía, de renglón en renglón, eran signos y signos como las ruinas que tenía alrededor. [...] Una ironía demoniaca late alrededor de estas ruinas que aún en su descomposición retienen su secreto. Lo que queda es el sabor de la mentira en la lengua”. Está claro que la gangrena avanza, y rápido. ¿Alguna sugerencia?
11 comentarios:
Bello texto, como todos los tuyos. Realmente sobrecogedor el que nos comentas de Loriga. ·tal vez algún día esta larga lista de derrotas me sirva para alzarme con una merecida victoria·
Hija mía, no damos abasto. Acabo de dejarle un mensaje al amigo perdedor y me encuentro lo tuyo quitándome las palabras de la boca. Tch, tch, tch...
Oportunísima la referencia a Miklós y Hermann Broch (¿y qué me dices de Robert Walser y Conrad, eh?), pero es que lo de Hoffy es para mear y no echar gota. ¿Te has escuchado "La mujer sin sombra"? No sé si te gustará la opera, pero si es así, ya estás tardando. Es lo mismo de lo que hablamos, pero con música..., y ya sabemos todos que ésta es siempre más elocuente que las palabras.
¡Qué gracia! Todavía me acuerdo de cuando la escuché por primera vez ("Die Frau...", me refiero). Todo un melómano de pro como yo, y estuve viendo chiribitas durante dos semanas y por las noches me despertaba gritando "Luz, más luz".
Qué mala vida me dan éstos, pero como al Galileo, "e pur...".
Como soy de natural osado, mi sugerencia es más de lo mismo : al veneno se inmuniza uno tomando pequeñas dósis con frecuencia. De modo que, taza y media en la escuela y al que se duerma, a repetir. Verás como así...
Un beso
Querida Ana:
Acepto de buen grado tu reprimenda. Como verás ya le he puesto remedio. Veo que hablas de mí en tu bitácora, y no creo merecer tan alto honor (lo digo sin sarcasmos, créeme). En cualquier caso me alegra haber sido un estímulo para tu escritura. Como siempre es mucho más lo que ofreces (estos “Desperdicios”) que lo que recibes (mis “Muertos vivientes”). Aún así sigo en lo mío, divagando, acertadamente o no, de modo que yo también he querido nombrarte en mi bitácora. Quid pro quo…
Dos besos y una reverencia…
Querido jorgewic, magnífica tu recomendación. Caí rendida ante La Mujer sin Sombra hace ya varios años; mi espléndida versión de Karl Böhm está ya casi desgastada... Sin duda lo mejor de la colaboración Hofmannsthal-Strauss, a pesar de que la gente se sigue empeñando con El Caballero de la Rosa o la Salomé.
Hofmannsthal, Kraus... qué tiempos. Otro día si quieres le dedicamos un especial a Walser, otro de mis indispensables monstruos particulares. Un beso grande.
Mi admirado perdedor, tus divagaciones son siempre magnéticos pasillos en los que perderse, en los que a una le asalta el deseo de no ser encontrada. Pero el regreso, siempre el regreso... Un beso, y gracias por ti.
Te recomiendo un libro recién editado Ray Loriga, "Días aún más extraños". Se trata de un libro misceláneo. Su primera mitad son artículos de opinión publicados en El País -en la sección de Madrid- . La segunda, tres textos: una carta a Rodrigo Fresán, un cuento inacabado y un amplio relato sobre dos niñas bien de Madrid.
La carta a Rodrigo Fresán es la que se menciona en mi entrada. Gracias por tu recomendación, querido Luis. Besos.
El peor ombñligo podrido de los muchos que tiene Europa es su deseo de ser otra cosa distinta de lo que es.
Algún mercachjifle la ha convencido de hacerse algún tipo de cirugía moral y la pobre quiere convertirse en algo que no va con si carácter, ni alimenta a su estómago ni le ayuda a estabilizar sus desordenadas emociones.
Europa ha querido ser justa y eso será su fin. Lo suyo era reinar.
Pues tal vez tengas razón... Lo que pasa es que ahora reinar está mal visto. En realidad está mal visto todo lo que no sea término medio, pero muy muy medio; y ya puestos, en general se lleva ser cualquier cosa menos lo que se es. Cosas de nuestro tiempo.
Cuando ser grande está mal visto, se enriquecen los que amputan piernas
:-))
Una buena solución... y espléndida idea de negocio...
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